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jueves, noviembre 21, 2024

Los que son los Tiranos de Quevedo

 



¿Miras este gigante corpulento
que con soberbia y gravedad camina?
Pues por dentro es trapos y fajina,
y un ganapán le sirve de cimiento.

Con su alma vive y tiene movimiento,
y a donde quiere su grandeza inclina;
mas, quien su aspecto rígido examina,
desprecia su figura y ornamento.

Tales son las grandezas aparentes
de la vana ilusión de los tiranos:
fantásticas escorias eminentes.

¿Veslos arder en púrpura, y sus manos,
en diamantes y piedras diferentes?
Pues asco dentro son, tierra y gusanos.

* de Quevedo

Desquite

 




José Saramago (Portugal)

El muchacho venía del río. Descalzo, con los pantalones arremangados por encima de las rodillas, las piernas sucias de lodo. Vestía una camisa roja, abierta en el pecho, donde los primeros vellos de la pubertad empezaban a ennegrecer. Tenía el pelo oscuro, mojado por el sudor que le escurría por el cuello delgado. Se inclinaba un poco hacia delante, bajo el peso de los largos remos, de los que pendían hilos verdes de limos aún goteantes. El barco quedó balanceándose en el agua turbia y, allí cerca, como si lo espiasen, afloraron de repente los ojos globulosos de una rana. El muchacho la miró, y ella le miró. Después la rana hizo un movimiento brusco y desapareció. Un minuto más y la superficie del río quedó lisa y tranquila, y brillante como los ojos del muchacho. La respiración del limo desprendía lentas y muelles burbujas de gas que la corriente arrastraba. En el calor espeso de la tarde los chopos altos vibraban silenciosamente y, de golpe, flor rápida que naciese del aire, un ave azul pasó rasando el agua. El muchacho levantó la cabeza. Desde el otro lado del río una muchacha le miraba, inmóvil. El muchacho levantó la mano libre y todo su cuerpo dibujó el gesto de una palabra que no se oyó. El río fluía, lento.

El muchacho subió la ladera, sin mirar atrás. La hierba se acababa allí mismo. Hacia arriba, hacia allá, el sol calcinaba los terrones de los barbechos y los olivares cenicientos. Metálica, durísima, una cigarra roía el silencio. En la distancia la atmósfera temblaba.

La casa era baja, achaparrada, bruñida de cal, con una franja de ocre violento. Un lienzo de pared ciega, sin ventanas, una puerta en la que se abría un postigo. En el interior el suelo de barro refrescaba los pies. El muchacho apoyó los remos, se limpió el sudor con el antebrazo. Se quedó quieto, escuchando los golpes del corazón, el pausado brotar del sudor que se renovaba en la piel. Estuvo así unos minutos, sin conciencia de los rumores que venían de la parte de detrás de la casa y que se transformaron, de súbito, en gañidos lancinantes y gratuitos: la protesta de un cerdo atado. Cuando, por fin, empezó a moverse, el grito del animal, esta vez herido e insultado, le golpeó en los oídos. Y en seguida oyó otros gritos, agudos, rabiosos, una súplica desesperada, una llamada que no espera socorro.

Corrió hacia el patio, pero no pasó del umbral de la puerta,. Dos hombres y una mujer sujetaban al cerdo. Otro hombre, con un cuchillo ensangrentado, le abría un tajo vertical en el escroto. En la paja brillaba ya un óvalo achatado, rojo. El cerdo temblaba entero, lanzaba gritos entre las quijadas que apretaba una cuerda. La herida se alargó, el testículo apareció, lechoso y rayado de sangre, los dedos del hombre se introdujeron en la abertura, tiraron, retorcieron, arrancaron. La mujer tenía el rostro pálido y crispado. Desataron al cerdo, le liberaron el hocico y uno de los hombres se agachó y cogió las dos piezas, gruesas y suaves. El animal dio una vuelta, perplejo, y se quedó con la cabeza baja, respirando con dificultad. Entonces el hombre se los tiró. El cerdo los mordió, masticó ansioso, tragó. La mujer dijo algunas palabras y los hombres se encogieron de hombros. Uno de ellos se rió. Fue en ese momento cuando vieron al muchacho en el umbral de la puerta. Se quedaron todos callados y, como si fuese la única cosa que pudiesen hacer en aquel momento, se pusieron a mirar al animal, que se había echado en la paja, suspirando, con el hocico sucio de su propia sangre.

El muchacho volvió al interior. Llenó un puchero y bebió, dejando que el agua le corriese por las comisuras de la boca, por el cuello, hasta el vello del pecho que se volvió más oscuro. Mientras bebía miraba fuera las dos manchas rojas sobre la paja. Después, con un movimiento de cansancio, volvió a salir de la casa, atravesó el olivar otra vez bajo el bochorno del sol. El polvo le quemaba los pies y él, sin darse cuenta, los encogía para huir del contacto escaldante. La misma cigarra rechinaba en tono más sordo. Después la ladera, la hierba con su olor a savia caliente, la frescura atontadora debajo de las ramas, el lodo que se insinúa entre los dedos de los pies e irrumpe por arriba.

El muchacho se quedó quieto, mirando el río. Sobre un afloramiento de limo, una rana, parda como la primera, con los ojos redondos bajo las arcadas salientes, parecía estar esperando. La piel blanca del buche palpitaba. La boca cerrada formaba un pliegue de escarnio. Pasó un tiempo y ni la rana ni el muchacho se movían. Entonces él, desviando con dificultad los ojos, como para huir de un maleficio, vio al otro lado del río, entre las ramas bajas de los salgueros, aparecer una vez más a la muchacha. Y nuevamente, silencioso e inesperado, pasó sobre el agua el relámpago azul.

El muchacho se quitó la camisa despacio. Despacio se acabó de desvestir, y sólo cuando ya no tenía ropa ninguna sobre el cuerpo, su desnudez, lentamente, se reveló. Así como si se estuviese curando una ceguera de sí misma. La muchacha miraba de lejos. Después, con los mismos gestos lentos, se liberó del vestido y de todo cuanto la cubría. Desnuda sobre el fondo verde de los árboles.

El muchacho miró una vez más el río. El silencio se asentaba sobre la líquida piel de aquel interminable cuerpo. Círculos que se alargaban y perdían en la superficie tranquila, mostraban el lugar donde por fin la rana se había sumergido. Entonces el muchacho se metió en el agua y nadó hacia la otra orilla, mientras el bulto blanco y desnudo de la muchacha se recogía hacia la penumbra de las ramas.




                        José Saramago (Portugal)

                       Breve reseña sobre su obra

Escritor, poeta, periodista, novelista y dramaturgo portugués nacido en Azinhaga en 1922. Hijo de campesinos pobres, estudió hasta los 12 años pues pagar una escuela era un lujo que no estaba al alcance de su familia. Fue miembro del Partido Comunista Portugués y participó en la Revolución de los Claveles que llevó la democracia a Portugal, en el año 1974.

Ha recibido el Premio Camoes, equivalente al Premio Cervantes en los países de lengua portuguesa y, en 1998, el Premio Nobel de Literatura, siendo el primer escritor portugués en conseguirlo. Ha sido merecedor de numerosos doctorados honoris causa por las Universidades de Turín, Sevilla, Manchester, Castilla-La Mancha y Brasilia. Falleció el 18 de junio de 2010.

 


jueves, noviembre 14, 2024

Paya Frank .- Los Judíos del Reino de Valencia

 


 


"Los Judíos en el Reino de Valencia" narra la rica y multifacética historia de la comunidad judía en esta región mediterránea desde sus orígenes hasta su expulsión en 1492. El libro ofrece una visión exhaustiva de cómo los judíos valencianos forjaron una identidad única mientras navegaban entre la coexistencia pacífica y los conflictos interreligiosos.

A lo largo de sus páginas, el lector descubrirá cómo las aljamas (barrios judíos) florecieron bajo los auspicios de los monarcas valencianos, quienes reconocieron y valoraron las habilidades de los judíos como médicos, artesanos y comerciantes. A pesar de episodios de persecución y antisemitismo, los judíos contribuyeron significativamente al desarrollo económico y cultural del reino, influenciando desde la medicina hasta la filosofía y la política.

El libro se adentra en la vida cotidiana de los judíos en Valencia, explorando sus costumbres, rituales y festividades, así como sus interacciones con las comunidades cristianas y musulmanas. Además, analiza los desafíos que enfrentaron bajo la Inquisición y las medidas que tomaron para preservar su fe y tradiciones en tiempos de adversidad.

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martes, octubre 15, 2024

La Historia de la Iglesia en la Edad Media

 


 

La Historia de la Iglesia en la Edad Media

La Historia de la Iglesia en la Edad Media

Paya Frank
ISBN 978-1-4710-3662-0
Versión 3 | ID d5ypgz
Creado: 4 oct 2022
Modificado: 18 oct 2022
Libro, 355 Páginas
Libro impreso: A4 (8,27 x 11,69 in / 210 x 297 mm), Estándar en blanco y negro, 60# Blanco, Tapa blanda Tapa blanda, Mate Portada

Publicado en Lulu .com

En Amazon ver enlace;
editado en: papel y ebook Kindle