Buscar este blog

BVH Libros

Mostrando entradas con la etiqueta A-9 Temas Varios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta A-9 Temas Varios. Mostrar todas las entradas

martes, abril 01, 2025

María Moliner: una vida en un diccionario

 

martes, diciembre 17, 2024

LOS PÁJAROS DE LA NOCHE

 


Mariana Enríquez

 

Bajo influencia de Mildred Burton

 

A orillas de este río, todos los pájaros que vuelan, beben, se sientan en las ramas y molestan como posesos con sus graznidos demoníacos durante la siesta, todos esos pájaros alguna vez fueron mujeres. Qué bronca cuando los vecinos y los turistas vienen a pasar el fin de semana a la playita y hablan de la paz que les trae la naturaleza, los vuelos en el cielo despejado del verano, los picoteos de las migas de pan que dejan caer cuando toman mate. No tiene sentido explicarles que las aves no son lo que parecen aunque podrían darse cuenta si las miraran a los ojos, directo a esos ojos fijos y enloquecidos que piden liberación.

Mi hermana Millie siempre quiere hablar con las pájaras. Ella conoce las leyendas, como yo, pero nuestra diferencia es radical porque Millie sabe el lenguaje de las cosas y de los animales; se pasa las tardes de calor con el ventilador al lado de la mesita donde dibuja, todos los días, su autorretrato porque, está convencida, ella también va a convertirse en pájaro. «No dejes que me transformen», me dice a veces, y llora sentada sobre la madera húmeda del piso de esta casona ridícula construida para protegernos de un frío y una lluvia que no existen en Paraná. Yo no puedo ayudarla porque no sé quién tiene el poder de la metamorfosis, si es un dios malvado o si es una consecuencia de los actos dictada por la Providencia. En el autorretrato, Millie usa mi camisa celeste que tiene dibujos de cacatúas. No recuerdo habérsela prestado, pero ella toma lo que quiere, y además, si la acusara de robarme, sencillamente mentiría. Miente todo el tiempo. Suele decirme, por ejemplo, que yo no existo, que soy un retazo de su imaginación, que me vio por primera vez cuando estuvo internada en el neuropsiquiátrico y que, desde entonces, la sigo a todas partes. «Está bien», sonríe y mordisquea una manzana, «no me molestás en lo más mínimo.»

Nunca salgo de esta casa aunque la odio, detesto los gobelinos, el empapelado de flores color naranja que la abuela llama orgullosamente «estilo William Morris», las escaleras de madera y el olor a cosas viejas. Una vez, desde la calle, vi que un grupo de chicos entraba a nuestro parque con miedo y sigilo. Iban con bermudas y remeras sin mangas, la piel morena de sol, el pelo enredado de río. Qué envidia. Los escuché. Decían que nuestra casa estaba abandonada y que era una casa embrujada. Qué pavada, pensé, si todo el mundo sabe que acá viven los ingleses; así nos llaman los vecinos. Aunque, hay que decir, los vecinos nos quedan lejos porque la casa está en medio de un parque bastante grande y descuidado, de pasto seco, un aljibe, animales que nadie cuida, los perros, los gatos, las lagartijas, las víboras que se arrastran de noche.

Me asomé a la ventana para asustarlos y funcionó: salieron corriendo a los gritos, y una de las chicas perdió su ojota amarilla, que se quedó enganchada de un rosal seco. Creo que se cortó, pero desde el primer piso no vi sangre. Millie vino a ver qué pasaba y me sacó de la ventana. Ella es hermosa, tiene el pelo oscuro y los ojos azules, y siempre espanta a las moscas que se me posan en la cara, porque yo no las siento, no tengo sensibilidad. Nadie sabe muy bien qué nombre darle, pero tengo una enfermedad cuyo síntoma principal es que la piel se pudre, como si estuviese muerta. Por suerte no huele, es solo el aspecto verdegrís lo impresionante, y que, de vez en cuando, se cae y voy dejando jirones de mí misma por la casa. Me llevaron al médico hace muchos años, cuando creían que era lepra. No lo es. La abuela cree que puede ser una enfermedad contagiosa; entonces, si me acerco a ella, usa su bastón para alejarme. No puede usarlo para herirme, porque yo no siento dolor, pero me mantiene a distancia. Está bien. La casa es muy grande. Si salgo, cuando alguien me ve, reacciona como esos chicos, con los ojos desorbitados y la boca en O; no están acostumbrados a ver una cabeza sin pelo, con algunos gusanitos, el labio inferior caído porque no tengo músculos con la fuerza suficiente para levantarlos, el ojo del lado derecho totalmente negro como un cascarudo o como los de las pájaras.

Millie me dibuja. Dice que ella, ahora que se acostumbró, me encuentra hermosa. Que en la clínica, sin embargo, me tenía miedo, porque yo me la pasaba en un rincón y la miraba sonriente, como una loca y, además de loca, muerta podrida. Yo no me acuerdo de eso: creo que nunca me dejaron visitarla en la clínica. No tiene sentido discutir con Millie. Ella, cuando sale, trae historias que son puras mentiras; mi mamá le tira del pelo, mi papá finge no enterarse, la abuela le prepara castigos ejemplares para que deje de inventar cosas.

Uno de los castigos fue demasiado (la hicieron limpiar la letrina vieja, la que está afuera, en el parque) y Millie planeó asesinar a la abuela de noche, con un pincel. Decía que podía clavárselo en la yugular. Yo la convencí para que no ejecutara esa locura: solo Millie pinta en esta casa, y clavar un pincel sería como dejar la prueba del delito, la huella criminal. La podía degollar de noche, le expliqué. No cuesta tanto. No hay que cortar como se corta un pedazo de carne. Hay que conseguir un cuchillo bien afilado y dar un solo tajo: la sangre brota como un manantial, como el río Paraná, tan marrón y tan hermoso, como el champán cuando mamá está contenta y quiere festejar y nos sirve copas de vidrio finito que tenemos permiso de romper.

Tengo que volver a los pájaros. Todos los pájaros son mujeres que han recibido un castigo. En los mitos populares de nuestra provincia, Entre Ríos, pero también de Corrientes y de Misiones (tengo un libro que ubica cada mito en detalle), el castigo para la desobediencia, la mala conducta o el amor desesperado es ser transformada en ave. Hay algunos hombres pájaro también, pero no tantos. El chingolo es un hombre, por ejemplo. Era un cantante que andaba en un caballo blanco, como un knight, un caballero de armadura y laúd. Era el único que cantaba en el pueblo y quería que la situación permaneciera así. Un día apareció otro cantor, un viejo, con su guitarra, y a la gente le gustó mucho su voz. El rubio del caballo no lo soportó, lo increpó y lo mató. En el pueblo no había lugar para dos cantantes. Fue preso, claro, pero en la celda se le concedió la metamorfosis y salió volando por entre las rejas. Tiene copete rojo porque, en aquella época, a los presos les ponían un gorro colorado.

Los destinos de las mujeres son mucho peores.

El urutaú, que también se llama pájaro fantasma, sale únicamente de noche y, cuando canta, parece que llora. Se supone que fue una princesa guaraní enamorada del Sol, abandonada cuando él se fue al cielo, que clama por su hombre todas las noches. Su castigo no tiene fin porque el sol siempre vuelve a salir, siempre. La calandria era una chica linda que, cuando rechazó a un insistente guerrero que no le gustaba, recibió su castigo de no ser más ni mujer ni bonita, y Tupá la convirtió en ave por soberbia y por altiva. El pajarito que se conoce como chochi fue otra chica joven, recién casada, que se fue a bailar cuando su marido estaba enfermo y se divirtió tanto y la pasó tan bien que se olvidó del tiempo y, cuando volvió a casa, él estaba muerto. Castigo: se la pasa llamando a su marido mientras camina por el monte con sus patas cortas. Otra chica loca por la música abandonó a su madre, ya vieja ella, y la anciana también se murió: se transformó en chesy, otra pajarita que se anda lamentando. Podría seguir, pero se dan una idea. Caminar por la orilla del Paraná y ver una bandada de pájaros es imaginarse rodeada de mujeres reprendidas, metamorfoseadas contra su voluntad, rogando volver a ser humanas. Escuchar los cantos de los pájaros a la noche, cuando el calor no deja dormir, es un concierto de llantos viudos y de injusticia.

Millie siempre dice que, cuando la internaron, ella creía que iba a volver a casa, pero transformada en pájaro. Como cacatúa o loro, eso sí, porque no iban a lograr que se callara la boca. Su propia boca olía a acetona, me acuerdo. Yo pensaba que se había tragado un frasco de sus pinturas, aunque mi hermana, a diferencia de mis tías y otras mujeres de la familia, nunca expresó deseos de morir. Era muy raro: hablaba y el aire apestaba a quitaesmalte. Me recordaba a cuando mamá se pintaba las uñas en la glorieta del parque, sobre el banco pintado de verde musgo; decía que era un lugar cómodo para hacerlo y que la luz era óptima. Se pintaba las uñas del pie de rojo y, para hacerlo bien, se colocaba algodón entre los dedos, así se mantenían separados. Era algo inquietante de ver, sin embargo, porque con el rojo del esmalte parecía que había sufrido un accidente, y que alguien le había cosido los dedos de vuelta. En realidad, esta idea no es mía: es de Millie. A ella la obsesionan un poco los dedos cortados, las falanges; dice que algún día deberíamos usar la punta de algún dedo como dije, alrededor del cuello, como llevamos nuestras medallitas de oro. «¿Nuestros dedos?», le pregunté. «Claro que no, hermanita monstruo, ¡los de la abuela!»

Se equivocaron con Millie cuando la internaron en un neuropsiquiátrico. Lo que sufría era un problema con el azúcar en la sangre. Poco o demasiado azúcar, no sé los detalles. Me cuesta pensar en enfermedades porque me obliga a pensar en mi cara podrida y las moscas que caminan sobre mi nariz; y me pregunto cuántos bichos hay detrás del empapelado de flores anaranjadas y si, de noche, esos bichos -cucarachas, ciempiés, arañas, hormigas negras, babosas- no me caminarán por el cuerpo. Yo no duermo desnuda a pesar del calor solamente por eso. Millie, que duerme en la cama de al lado, me dice que no tenga miedo, que ella me los espanta, pero yo no le creo, porque muchas noches me despierto y la veo sentada en la cama, con su cuaderno de tapas de cuero marrón, dibujando mi cara, porque mi cuerpo no lo puede ver.

Mi cuerpo también se pudre, pero el proceso es más lento.

La acetonemia de Millie -así se llama la enfermedad por la que terminó internada- empezó cuando dejó de comer. Creo que ese es el motivo por el que la familia decidió que debía ser internada en un neuropsiquiátrico: no comió durante días, ni siquiera las manzanas verdes que tanto le gustan. Pero no dejó de comer por suicida: lo hizo por reconcentrada. También alucinaba, veía cosas y es por eso que me considera una alucinación: quedó más confundida después de esa internación, creo que le dieron demasiados medicamentos. No importa: igual me quiere. Millie es una gran hermana, aunque mienta y aunque no distinga demasiado lo que es real y lo que no.

Si tengo que ser sincera, Millie estaba confundida acerca de la realidad de las cosas desde antes de la internación. Una tarde salimos al parque; yo, por las dudas, con la cara tapada con una media panti de mi mamá: nunca me compran la máscara que quiero, les parece demasiado morboso. Mucho más morboso es pudrirse así, pero mi familia es caprichosa y bastante cruel. Le pedí a Millie ir hasta el río porque me gustan los peces: es hermoso meterse en el agua tibia y sentirlos jugar entre las piernas, dan besitos que son como mordiscones y se van enseguida, tímidos. A Millie no le gustan tanto: tiene un poco de miedo porque una vez mamá nos habló de las palometas, que son como pirañas del Litoral, y que muerden. No comen carne a dentelladas como sus hermanas tropicales, pero lastiman. Mi papá intervino, recuerdo, y dijo que las palometas solo viven en lagos, no en el río, pero Millie quedó acobardada. Yo no. Me encantan los pescados de río además, especialmente el surubí, que tiene gusto a barro. O a lo mejor es que en la cocina de mi casa no los lavan bien. El surubí frito y con papas: podría comer eso durante toda mi vida. Aunque cada vez como menos: me falta el hambre. Es de familia, porque Millie come muy poco. Como un pajarito.

En el río, esa vez, nos acordamos de la chica que apareció muerta. Era una vecina, más chica que nosotras, y encontraron primero su sombrero. Mi hermana y yo creemos que la violaron, pero nuestros padres nunca nos dan ese tipo de detalles tan sórdidos. También encontraron sus zapatitos. Iba vestida de blanco. Nadie sabe por qué se alejó de la familia y se metió en el monte, donde la encontró el asesino, que la destrozó como si no fuese un ser humano. En el diario decían que la niña, que se llamaba Juana, había aparecido «desgarrada». Millie, esa tarde, quiso conectarse con su espíritu. Dejó chorrear sus pinturas junto al árbol donde apareció el cuerpo de la niña; el dibujo formó una especie de estrella atrapada en un círculo. Recitó algunas palabras con los ojos cerrados y esperó. Yo escuchaba el chapotear del agua en las orillas, las víboras deslizándose entre el pasto, los gritos desolados de las mujeres pájaro. La voz de la niña, sin embargo, no llegaba. Millie continuó, ofuscada. Sacó su cuaderno de tapas de cuero, el que usa para dibujar, y leyó algo que había escrito ahí en voz alta. Yo no le entendí porque usaba palabras en inglés. A lo mejor por eso la niña no viene, pensé, seguro que no sabe el idioma. Cuando Millie estaba por abandonar, apareció un gato que caminó, muy seguro, hasta ubicarse dentro del círculo trazado por la pintura. El gato y Millie se miraron un rato a los ojos hasta que él, ronroneando, se le acercó. «Es la nena muerta», me dijo Millie, emocionada, «que se convirtió en tigre.» Me quedé mirando al animal, que Millie tenía en brazos. Es un gatito, le dije, y bebé. No tiene nada de tigre. Además, ¿no debería reencarnarse en una gata? «Qué tiene que ver eso. Gata, gato, es lo mismo. Qué sabés vos, cara podrida», me gritó, y salió caminando decidida con su bebé tigre en brazos.

Mamá nos vio llegar con el gatito. Millie, vos le vas a dar de comer, yo no pienso gastar un peso en mascotas. «Por supuesto», dijo Millie, y miró a mamá con desprecio, porque mi hermana odia a la gente que no soporta a los animales, cree que no merecen vivir. Lo bautizó Jeanne (porque la nena muerta se llamaba Juana) y le daba agua en una jarra preciosa en la que ella misma había pintado un paisaje del Paraná.

Mi abuela lo vio por primera vez ese mismo día. Apareció jugando con su collar de perlas y su pelo siempre perfecto, y dijo: qué es este bicho roñoso. Se acercó al gato y Jeanne se erizó. Reconocía quién era el enemigo. «Es un yaguareté», le contestó Millie. «No es un bicho.» La abuela se rió con la cabeza tirada hacia atrás. Qué va a ser un yaguareté, mocosa estúpida, si esos bichos solamente viven en Misiones, en la selva, acá tenemos ese monte de mierda, pero selva todavía no. Se dio media vuelta y se fue; no me olvido de que usaba el mismo cinturón con el que, un tiempo después, mi mamá quiso ahorcarse en el baño. Mi mamá no se murió ahorcada, igual, se murió de otra cosa, pero yo no consigo olvidarme del cinturón y su hebilla, que parecía una corona de reina de la comparsa.

Jeanne crecía, y durante esos meses se desató la guerra con mi abuela. Jeanne meaba sobre el empapelado estilo William Morris. También se afilaba las uñas sobre una mesita que, según mi abuela, era herencia de su tía escocesa. A veces parecía poseerlo una locura destructiva y corría por el living: arañaba las alfombras persas, tiraba al suelo los adornos que estaban sobre la mesa de vidrio, parecía un dragón a pesar de ser tan pequeño, un dragón con su larga cola y las llamaradas de fuego saliéndole de la boca, que había venido a destrozar la casona de mi abuela.

La batalla duró hasta que Jeanne, no sé cómo, saltó tan alto que logró tirar al piso la reproducción de La Gioconda de la abuela. Era, por supuesto, un cuadro barato, pero en la caída se rompió el marco -que sí era bastante bonito, tengo que reconocer- y los pedazos de vidrio se multiplicaron por la sala. Pasamos días juntándolos y mi mamá, que andaba descalza, se cortó la planta del pie. Millie escondía a Jeanne en nuestra habitación por las dudas, pero pasó lo que tenía que pasar. Una mañana fue imposible encontrar al gato. Millie y yo recorrimos toda la casa: el ático lleno de herramientas inservibles, la cocina siempre un poco sucia y con olor a pescado, la sala de muebles pesados, sillones de terciopelo, caoba, cortinas mohosas, detalles de madera oscura. El gato no estaba por ningún lado. «Mi tigre, mi tigre», lloraba Millie. Yo me acordé de la leyenda del yaguareté. Había un guerrero muy poderoso, en la selva; tan famoso que otro igual de fuerte lo retó a duelo. Pelearon toda la noche y, cuando salió el sol, uno logró clavar la lanza en el corazón del rival. Pero el herido no murió. Ninguno de los dos murió, tampoco perdieron o ganaron la pelea. Se transformaron, los cuerpos unidos, en el yaguareté, el animal que brilla en los bosques de la noche, atrapado en la más perfecta simetría.

(Todas las leyendas de varones transformados en animales son por competencia. La mayoría. A las mujeres nomás se las condena. Lo mismo pasa con las flores. Hay muchas flores que alguna vez fueron mujeres. La flor del ceibo, por ejemplo. Todos conocen la historia de Anahí. La quemaron. A los hombres nunca los queman.)

Cuando terminamos de revisar la habitación de mis padres, la de mi abuela, que había salido, y las que habían sido de mis tías, Millie salió al parque, desesperada. Lo vimos enseguida. Jeanne colgaba de la rama de uno de los árboles cercanos a la casa. La abuela dejó marcada su obra con su firma particular: lo ahorcó con su propio collar de perlas (falsas). No le hizo nada más. Millie descolgó el cuerpo con mi ayuda (le hice piecito) y lo revisó como una profesional para comprobar si, además, la abuela lo había torturado. Solamente tenía el cuello roto del apretón, le habían salido mocos de la nariz -colgaban de su carita hermosa, verdes, manchaban los bigotes- y no estaba rígido: el crimen había ocurrido horas antes, apenas. Millie lloraba a los gritos: si solamente se hubiese dado cuenta antes, no lo había cuidado bien, su tigre que paseaba majestuoso por las salas de la casa, sobre sus pies de felpa, amarillo dorado, con sus ojos de fuego y sus hombros lentos. Jeanne no era así como ella lo describía: era un gato flacucho e histérico, anaranjado, que chillaba por comida. Mi hermana siempre había visto a un elegante yaguareté; siempre había creído que la niña muerta había encarnado en el rey del litoral.

«Esta hija de puta mató a mi tigre y la mató a Juanita otra vez», dijo, y entró con el gato muerto a la casa. Yo la seguí corriendo como pude, porque por esa época la podredumbre había alcanzado mi pie izquierdo y no podía dejar de renguear. Millie se encerró con una tela y un lápiz que usaba para bocetos, un lápiz negro que le manchaba los dedos y que a veces dejaba su ropa y las sábanas llenas de hollín. No comió durante días. Había trabado la puerta con una silla. El gato muerto empezó a oler. Mi mamá gritaba que estaba harta de los muertos, de mi cara que se pudría, del gato, del olor a humedad del río, del calor que arruinaba todo, de esa familia de locos, quería irse a Buenos Aires, a Rosario, a cualquier parte lejos de este pozo, de estos gobelinos llenos de hongos y del agua estancada del aljibe.

Yo tuve miedo.

Cuando Millie salió, la boca le apestaba a acetona y mi mamá pensó que había intentado suicidarse con sus pinturas. Pero, como ya dije, no fue así: dejar de comer le provocó ese efecto a su cuerpo, por algún desequilibrio extraño de su metabolismo. Lo descubrieron después, sin embargo, mucho después de drogarla con entusiasmo. Cuando la sacaron de la habitación, el gato muerto, ya muy podrido, estaba sobre la cama. Hubo que tirar el colchón y sacarlo de la casa envuelto en un sudario. Millie había dibujado dos retratos de mi abuela, aunque su cara era mucho más joven que la cara real. En los dos llevaba un gato muerto alrededor del cuello, como una estola de zorro, tenía puesto el collar de perlas asesino y la cara a medio pudrir, como la mía.

Yo no visité a Millie en su internación porque no quería salir de la casa y, además, no me dejaban por el tema del contagio. Ella a veces me dice que me inventó durante el tratamiento, para no estar tan sola. Otras veces reconoce que soy su hermana menor y que me vio nacer en esta casa, en el piso de arriba; ella misma se encargó de cortarme el cordón umbilical. Miente mucho y me confunde, pero yo la quiero más que a nadie porque es la única persona que no siente náuseas cuando me mira a los ojos.

En la escuela le pidieron una composición sobre nuestros abuelos. No solo a ella, a toda la clase. Sobre cómo habían llegado a Entre Ríos, una historia de inmigrantes. En la provincia hay muchos que vienen de todas partes: judíos (tienen unos cementerios preciosos, dice Millie, en Basavilbaso, muy sencillos, sin esculturas ni capillas: yo no puedo ir a verlos salvo que me lleven escondida), italianos, suizos, alemanes del Volga. Mi hermana escribió que nosotros descendemos de Richard Burton, el explorador, geógrafo, traductor, escritor, cartógrafo, espía, diplomático y poeta que hablaba veintinueve idiomas, tradujo Las mil y una noches y el Kamasutra y descubrió el lago Tanganica en el África. Le creyeron porque tenemos el mismo apellido que sir Richard, y entonces desde la escuela mandaron a llamar a todo el resto de la familia para que contásemos recuerdos y anécdotas del célebre antepasado. Mi padre se entrevistó con la directora y le dijo que no descendíamos de ninguna manera de sir Richard Burton y pidió disculpas. Una semana después, mi hermana dijo que en realidad se había confundido y que descendíamos de Robert Burton, intelectual inglés y autor de Anatomía de la melancolía. Era menos impresionante y no le dieron importancia, pero ella insistió tanto que mi padre tuvo que volver a hablar con la directora y, cuando volvió a casa, corrió a Millie por las escaleras con un cinturón.

Mi hermana decía que podía controlar a las serpientes. Se iba al fondo de la casa y hacía sonidos extraños con la lengua, siseos, parecía pronunciar la zeta con fuerza: así, sostenía, era como se llamaba a las víboras. Cuando logró que se le acercara una, la agarró mal -no sabía cómo sostener víboras- y el animal la mordió. No era venenosa, pero mi hermana les decía a mis tías y a las visitas que sí, que ella había tenido que sacarse el veneno a mordiscones y chupándose el brazo; contaba cómo la piel se le ponía negra, la sangre emponzoñada que le llegaba al cerebro y al corazón y cómo la salvó el vecino (a quien nunca llamaba por su nombre, convenientemente). Mis tías decían que teníamos que mudarnos más cerca de la ciudad, alejarnos del río, y recordaban a la niña Juana, asesinada, sus zapatitos, su sombrero. Las tías nunca me miraban porque mi cara les daba impresión y, además, tenían miedo de contagiarse, por eso tampoco se sacaban los guantes. Al menos eso me decía mi hermana. «Vos escondete detrás de las cortinas, como Emily Dickinson, así no te joden.» Yo le hacía caso.

Una vez Millie se escapó a Victoria, un pueblo cerca de Paraná. Ella asegura que la llevó uno de los Rosas, pero yo no le creo, porque los Rosas son muy aristocráticos y muy aburridos. Dice que entró en un cabaret, que no le pidieron documento de identidad y que pudo cantar, acompañada del piano, una de sus canciones. Mi hermana, creo no haberlo contado, compone, además de pintar. Sus canciones no me gustan mucho salvo una que dice: «Madrecita dulce / un colgante vivo / para tu vestido». No sé si hay o no cabarets en Victoria, pero sé que mi padre amenazó con mandarla a vivir con mis tías tucumanas si volvía a escaparse, y ella me confesó que, cuando volvía de la escapada, tuvo miedo de que un rayo divino la transformara en garza o cisne.

Millie dice que escucha la voz de los objetos, sobre todo de las cajas, pero también de los espejos y las mesitas. De noche jura que caminan solas por la casa, que bajan despacio las escaleras. Hay tantos ruidos de noche que pueden ser las mesitas caminantes, o las mujeres pájaras o el espíritu de Juana o el de Jeanne, el gato tigre. «Cuando tenga un hijo», me dijo desde su cama, una noche, «lo voy a entrenar para que tenga telequinesis. ¿Sabés lo que es? Es lograr que los objetos se muevan con la voluntad, sin tocarlos, con la fuerza de la mente. Los rusos hace años que lo tienen estudiado. A lo mejor mando a estudiar a mi hijo a Rusia. ¿No te gustaría ir a Rusia? A mí tampoco. Me gusta el calor. Tenemos que aprender guaraní. Y también podemos irnos a Buenos Aires, ¿no?»

Mi cara, le recordé. El resto de mi cuerpo, que se cae a pedazos.

«No te preocupes. Algo vamos a inventar.»

Mi hermana se enamoró poco después de la muerte de mi madre. El chico le traía rosas y ella lo hacía pasar. Mi padre no la retaba: no sé si estaba triste o borracho o las dos cosas. Yo la miraba besar al chico desde detrás de las cortinas y ella me hacía gestos cuando podía. Gestos de «andate». No. Con mi piel, con esta enfermedad de podredumbre, yo nunca voy a ser besada como ella. Así que tenía derecho a mirarlos toda la noche, si quería. Millie no se enojaba de verdad, igual. Creo que le daba un poco de vergüenza y por eso me pedía que los dejara solos. Después se quedaba hablando conmigo, comiendo manzanas, y me contaba sus planes para estudiar en Buenos Aires. Ya estaba todo listo. Se iría a la casa de una tía. Teníamos muchas tías, una vivía en Buenos Aires. Ella pintaba bien, pero quería pintar mejor, quería aprender. «Nos vamos juntas», me dijo, pero yo no me atrevía. «En Buenos Aires deben tener tratamientos mejores para tu piel», me decía, y espantaba las moscas que ahora me caminaban siempre por los labios. Incluso habían hecho un nido ahí. Soy un asco, lloraba yo, le lloraba a la noche litoral, y ella no me contestaba nada, porque Millie siempre me quiso, pero también estaba de acuerdo con que yo era un asco, pasa que para ella eso no era un problema.

Por esa época, entre su romance y la muerte de mamá, se obsesionó con matar a la abuela con cianuro. En una primera etapa del plan, quería darle una especie de mermelada de manzanas hecha con muchísimas semillas. Había leído que las semillas de la fruta tenían cianuro. «Por eso se durmió Blancanieves», me explicaba, con los ojos grandes y maravillados. «La reina le dio una manzana con mucho cianuro, pero no lo suficiente para matarla. ¿No es espectacular que ya lo supieran en aquella época, cuando se empezó a contar el cuento?» Pronto se dio cuenta de que necesitaba toneladas de cianuro para hacerlo y desistió. No tenía dinero para comprar cianuro ni sabía dónde hacerlo. «Qué difícil es matar a alguien», me dijo. «No se me había ocurrido.»

En vez de matar a la abuela, se compró botas, y así esperaba a su novio sentada en las escaleras. Los ojos azules, las botas rojas, los dedos manchados. Su profesora de dibujo y pintura de Paraná le había dicho: «Millie, te tenés que ir, en esta provincia no vas a llegar a nada, todo pasa en Buenos Aires, y podés llegar lejos con esos ojos y ese apellido».

Cuando Millie se fue a la Capital, nadie la despidió. Se llevó el collar de perlas con el que mi abuela había ahorcado a Jeanne. Se lo llevó puesto: como había pintado las perlas de rojo, para recordar el crimen, parecía una cicatriz alrededor de su cuello, una cicatriz brutal, de degollada, como si alguien le hubiese cosido esa cabeza hermosa sobre el cuerpo delgado. Muy parecida a la del Frankenstein de Boris Karloff. Durante un tiempo había pensado en envenenar las joyas de la abuela: que, cuando se las pusiera, el contacto del veneno con la piel se le fuese filtrando hasta llegar a la sangre. Sin embargo, no pudo dar con el método adecuado. Tenía grandes ideas, pero planes truncos. Al final se fue de casa sin matar a la abuela.

Me hizo prometer que la llamaría si alguna vez quería dejar Paraná. Nunca me animé. Ella llamaba poco. Me pidió una vez la pintura de la pájara, en la que ella está a medio metamorfosear, con loros y la camisa celeste de cacatúas. No pude encontrarla. «Esa vieja maligna la debe haber tirado. No te preocupes, me la acuerdo. La voy a pintar de nuevo y la voy a pintar mejor.» Me gustaría ver esa segunda versión, si es que la hizo. Nunca me lo confirmó. Me mandaba cartas y todas decían, al final, que las quemara. Yo lo hacía. No me costaba obedecer. Había quedado sola en casa y, cuando me miraba en el espejo con mi único ojo, veía una cara negra. No recuerdo mucho sobre mi vida desde que Millie se fue. Sé que la abuela murió. Se la llevaron en una ambulancia; alguien la encontró caída, desparramada, en la cocina, pero no fui yo, porque yo nunca bajaba a la cocina ni al piso de abajo siquiera. Ya no necesitaba comer. Creo que es parte de la enfermedad de la podredumbre, no me hace falta ingerir alimentos, pero no puedo saberlo con seguridad porque nunca más fui al médico y mi padre no volvió a hablar conmigo desde la partida de Millie. En las cartas a veces me mandaba fotos de sus cuadros y me decía «necesito que vengas, te quiero de modelo». Pero ya no quedaba mucho de mí para modelar. La cara negra, los huesos pegados a la piel, un color tan oscuro que era fácil confundirme con un pedazo de oscuridad, sobre todo en esta casa cerca del río, donde mi hermana me dibujó, cuando era muy chiquita, con un pescado en la mano. A veces bajo hasta el agua y dejo que los peces jueguen entre mis pies rígidos. Cada vez me cuesta más caminar. Me pregunto si Millie vendrá a vivir conmigo cuando muera. A veces me siento a esperarla en la escalera, pero solo si corre aire a la noche y la luna se esconde detrás de las nubes; no quiero que nadie me vea con esta cara y casi sin boca, no quiero que nadie se asuste ni se horrorice. Sé que mi hermana, aunque no se comunica, me recuerda y me pinta. Y cuando vuelva por el camino de tierra, levantando polvo, con el pelo suelto y las botas rojas, la voy a recibir con los brazos abiertos. Y si vuelve como pájara, espero reconocer su graznido. No, graznido no, su canto: mi hermana canta muy bien. Cuando vuelva será un ave nunca vista y sé que va a posarse en mi hombro, acá, sobre las escaleras de madera que crujen cubiertas de musgo.

 

FIN

 

Tomado de “Un Lugar Soleado Para Gente Sombría”

 


martes, septiembre 24, 2024

Escribe libros

 

martes, enero 11, 2022

Seminario poético 2022 en Andalucía

 

                                 




Publicado por Julián Pérez Porto - 10 de enero de 2022





La tierra andaluza se llenará de versos en poco tiempo más cuando, ya iniciado el segundo mes de 2022, la ciudad de Córdoba sea escenario de un evento cultural impulsado desde hace varios años por integrantes de la organización La Manzana Poética.

Se trata de “Lenguas Peninsulares II”, un seminario internacional de poesía que ya va por la edición número dieciocho. La cita dará comienzo el viernes 4 y se extenderá hasta el viernes siguiente, 11 de febrero.

Como sedes de este acontecimiento patrocinado por el ministerio español de Cultura y Deporte se contemplan los IES Séneca, Maimónides y Blas Infante, así como la librería La República de las Letras y la Fundación Antonio Gala.

De acuerdo a datos difundidos recientemente por redes sociales, la gala inaugural se enriquecerá al atardecer con una lectura poética a cargo de Almudena Guzmán. A las 20 horas, en tanto, compartirá un poco de poesía Itziar Mínguez Arnáiz.

Durante el mediodía del día siguiente, detalla el cronograma, tomará la palabra Begoña M. Rueda, mientras que a la tarde el protagonismo lo tendrá Harkaitz Cano.

Se ha convocado para estos encuentros, asimismo, a Vanesa Pérez Sauquillo, Julieta Valero, Concha García y a Juan Antonio Bernier con el objetivo de disfrutar momentos de poesía a lo largo de sucesivas reuniones.

Ya llegando al tramo final, en tanto, este seminario dirigido por Francisco Gálvez contemplará la presentación de la edición bilingüe de una obra de Joao Luis Barreto Guimaraes que se titula “Nómada”. En ese marco participará de José Ángel Cilleruelo, su traductor, brindando información sobre el libro.

La agenda del 10 de febrero señala, asimismo, que dirán presentes en este seminario María Azenha y Golgona Anghel, mientras que el cierre llegará el 11 de dicho mes de la mano de Eloy Sánchez Rosillo, poeta que será presentado por Felipe Muriel.

Links relacionados:


miércoles, diciembre 15, 2021

Derechos de autor, copyright y licencias abiertas para la cultura en la web 100 preguntas y respuestas para museos, archivos y bibliotecas

 


por Julio Alonso Arévalo

Orlandi, Sarah Dominique and Marras, Anna Maria and De Angelis, Deborah and Fasano, Pierfrancesco and Manasse, Cristina and Modolo, Mirco  Faqs author’s rights, copyright and open licenses for culture on the web 100 questions and answers for museums, archives and librariesDigital Cultural Heritage ICOM ITALIA - 2021., 2021 

Versión inglés

Versión en italiano

Las preguntas frecuentes se refieren a la legislación europea sobre derechos de autor. Este conciso documento ofrece una orientación práctica para quienes trabajan en museos, archivos y bibliotecas en Europa, con el objetivo de aclarar las oportunidades y limitaciones normativas relacionadas con la reutilización y difusión de reproducciones digitales de recursos culturales en la web, para poder navegar con mayor seguridad en una realidad especialmente compleja. Nuestro grupo trabaja en estrecho contacto y debate con expertos de asociaciones y con actores del sector, tanto nacionales como internacionales, para que con una reflexión general sobre los contenidos culturales digitales podamos esperar una mayor flexibilidad en el equilibrio entre los derechos exclusivos y la libertad de reproducción.

Julio Alonso Arévalo | diciembre 13, 2021 a las 4:45 pm | Etiquetas: Acceso abiertoCreative CommonsDerechos de autorInternetLibrosLicencias | Categorías: LegislaciónLibros | URL: https://wp.me/p72Cm4-sDm

miércoles, noviembre 10, 2021

Enlaces de audio y video

 




Enlaces

2x18-La gran noche de Eric y Kitty.avi

https://pixeldrain.com/u/37f5BDQK

03. Historias De Amor.mp3

https://pixeldrain.com/u/tFzYpNny

04 - Historias De Terramar I (Gedo Senki).mp3

https://pixeldrain.com/u/tPko6unn

08 - Fiesta por bulerias - Carmen Linares, La Susi y Remedios Amaya - Las reinas.mp3

https://pixeldrain.com/u/4FsNgbbt

08. Guerrero de la noche.mp3

https://pixeldrain.com/u/cZFXWPFa

10 - Historias prohibidas.flac

https://pixeldrain.com/u/MCYTCDcR

10. The.Twilight.Zone - Judgment Night_La noche del juicio.[BDrip 720p by Basic][4 Dec. 1959] S01E10.mkv

https://pixeldrain.com/u/wpSSSFtS

13. Come Crashing Me (Demo 1991 Historias De Amor).mp3

https://pixeldrain.com/u/ZwxPZRXv

36 La Musicalite - ultima noche en la Tierra.mp3

https://pixeldrain.com/u/fBAxJneA

146.The.Twilight.Zone-I am the Night - Color Me Black_Yo soy la noche.Píntame de negro.[BDrip 720p by Basic][27 Mar. 1964] S05E26.mkv

https://pixeldrain.com/u/JGJjct5U

Agallas_01x05_La Noche del TopoLobo.avi

https://pixeldrain.com/u/BnwJeMVR

Aquellos Maravillosos 70 7x02 - Pasemos la noche juntos.avi

https://pixeldrain.com/u/wktMFywA

Documenta2 - Las reinas perdidas de Egipto, Documenta2 - RTV.mp4

https://pixeldrain.com/u/Wy6rBHaf

El caso del señor Valdemar (Historias para no dormir) (TV)(Narciso Ibáñez Serrador, 1982) by elzeta.mkv

https://pixeldrain.com/u/QzDMxfE3

El doble (Historias para no dormir).(Narciso Ibáñez Serrador.1966).Spanish.grupots by elzeta.mkv

https://pixeldrain.com/u/zLiJoNJh

El fin empezó ayer (Historias para no dormir) (TV) (Narciso Ibáñez Serrador, 1982).mkv

https://pixeldrain.com/u/Vd1V8p1U

El regreso (Historias para no dormir).(Narciso Ibáñez Serrador.1967).Spanish.grupots by elzeta.mkv

https://pixeldrain.com/u/2wE58nfC

El.Internado.4x11.La.Noche.de.las.Dos.Lunas.(Spa).DVB-Rip.by.Jupij79.(tusseries.com).avi

https://pixeldrain.com/u/RLP54fsk

España (Historias De Reyes Y Reinas Las Anecdotas De Los Austrias) - Carlos Fisas.pdf

https://pixeldrain.com/u/QkB79yEW

Estudio 1, Aprobado en inocencia (TV) (Narciso Ibáñez Serrador, 1968) Rtve Es-Webrip-Navarrete.mp4

https://pixeldrain.com/u/AzQBSY9t

Historia de la frivolidad [9-2-1967] 42.11 m. (Narciso Ibáñez Serrador; Irene Guriérrez Caba-Irán Eory-Emilio Gutiérrez Caba-José Luis Coll-Teresa Gimpera

https://pixeldrain.com/u/GvYaz2eU

Historias RNE - 2º ciclo Literatura fantastica española (2 de 7) - La borgoñona - Emilia Pardo Bazan.mp3

https://pixeldrain.com/u/BsZAXGmX

La gripe Española_La noche tematica.avi

https://pixeldrain.com/u/qmdNp912

La.Cuba.de.Fidel.(Fidel, la.historia.no.contada).(La.noche.tematica).(DVB-T_RIP.XviD.mp3).por.R2D2.avi

https://pixeldrain.com/u/mhbczt5C

La.Dimension.desconocida 2x47..-.The.night.of.the.meek_.La.noche.de.los.mansos.(Spanish.Catala.English.Subs).BDrip.720p.x264-AC3.by.mkv

https://pixeldrain.com/u/HprYFMkv

Manfredi, Valerio Massimo - La conjura de las reinas [Novela Historica].pdf

https://pixeldrain.com/u/uKcUkvcA

Marisol - Ayúdame A Pasar La Noche.mp3

https://pixeldrain.com/u/jZNiL9ot

Medianoche - Historias de Miedo - Antonio Jose Ales.mp3

https://pixeldrain.com/u/GpzGyGB7


Silvia Perez Cruz Las Migas - Reinas del Matute, 2010.rar

https://pixeldrain.com/u/1CgL1yEV

Tokyo Ghoul 3x05 re - Fin de la noche [BDRip 1080p h264 FLAC Subs][Spanish-Japanese][DragsterPS-Adrià][GrupoTS].mkv

https://pixeldrain.com/u/1gonhwEX

Una Historia De Vasconia 13 - Las Reinas Del Verano.mp4

https://pixeldrain.com/u/xPyvVrTJ