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BVH Libros
martes, julio 02, 2024
Presentación del libro: “Las bibliotecas en el imaginario colectivo”
lunes, mayo 13, 2024
Leer a su lado
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viernes, mayo 10, 2024
El español en el mundo 2023
El español en el mundo 2023. Madrid: Instituto Cervantes, 2024 "El español en el mundo 2023", Anuario del Instituto Cervantes, marca la vigesimocuarta edición de esta publicación emblemática que la institución ha puesto a disposición del público interesado desde 1998. El anuario ofrece resultados de investigaciones sobre demolingüística del español en el mundo, reflexiones sobre el lenguaje e información sobre la evolución y los proyectos del Instituto Cervantes. Los datos demolingüísticos sobre la situación del español son fundamentales para las decisiones estratégicas de instituciones como el Instituto Cervantes, que apuesta constantemente por la investigación en este ámbito y la difusión de sus resultados. Además de los informes generales y anuales sobre el español en el mundo, el anuario incluye análisis focalizados en países o regiones específicas para comprender mejor la situación del español en esos lugares. Hasta la fecha, se han publicado estudios sobre 91 países, y en esta edición, doce investigadores abordan la situación del español en Tailandia, Portugal, Ucrania, República Democrática del Congo e Irán. En el informe "El español: una lengua viva. Informe 2023", David Fernández Vítores ofrece un análisis global de la situación del español en el mundo, centrándose en la demografía, la educación, la economía, la cultura, la diplomacia, la ciencia y las redes. Se destaca que el número de hablantes de español sigue creciendo, superando los 599 millones, principalmente debido al aumento demográfico de los hispanohablantes nativos, que casi alcanzan los 500 millones. El español continúa siendo la segunda lengua materna más hablada en el mundo, la cuarta en términos de hablantes totales, la tercera más utilizada en internet, la segunda en grandes plataformas digitales y la cuarta más estudiada a nivel mundial. En particular, es la lengua extranjera más estudiada en Estados Unidos, y su aprendizaje está en aumento en los países de la Unión Europea, tema destacado en este año en el que España asume la presidencia de la Unión Europea. |
viernes, mayo 03, 2024
Millones de artículos académicos en riesgo de desaparecer del Internet: un estudio revela lagunas en la preservación digital
Millions of research papers at risk of disappearing from the Internet. En: Bandiera_abtest: a Cg_type: News Subject_term: Information technology, Scientific community, Publishing [en línea], 2024. [consulta: 3 mayo 2024]. Disponible en: https://www.nature.com/articles/d41586-024-00616-5. Un estudio sobre más de siete millones de publicaciones digitales sugiere que más de una cuarta parte de los artículos académicos no están siendo archivados y preservados adecuadamente. Esto indica que los sistemas de preservación en línea no están manteniendo el ritmo del crecimiento de la producción investigativa. Martin Eve, investigador de literatura, tecnología y publicación en la Universidad de Birkbeck, Londres, señala que la cadena de notas al pie es esencial para la epistemología científica y de investigación. Sin embargo, más de dos millones de artículos con identificadores digitales únicos (DOI) no aparecían en archivos digitales importantes, a pesar de tener un DOI activo. El estudio examinó si 7.438,037 obras con DOI estaban archivadas. Solo el 58% de los DOI referenciaban obras almacenadas en al menos un archivo digital. Esto plantea desafíos significativos para la preservación digital, especialmente para editoriales pequeñas que pueden carecer de recursos. El análisis sugiere medidas para mejorar la preservación digital, como requisitos más estrictos en las agencias de registro de DOI y una mayor conciencia del problema entre editores e investigadores. Eve destaca la importancia de garantizar la sostenibilidad a largo plazo del ecosistema de investigación. |
miércoles, abril 24, 2024
martes, febrero 06, 2024
EL SHERIFF DEL «MÉTODO» Ed Lacy
EL BANCO ESTABA EN UN EDIFICIO PEQUEÑO, modernista, sucursal
de un banco grande cuya matriz quedaba a muchos kilómetros de distancia. Fue
construido a las afueras de un pueblo soñoliento, frente a una desviación que
conectaba la autopista con un nuevo puente.
El sheriff Banes se parecía al pueblo: viejo, chaparro y
raído. Al entrar jadeante al banco aquel día, la cajera flaca corrió hacia él y
gritó:
-¡Tío Hank, nos han robado! ¡Nos robaron!
La palidez de su cara expresaba histeria, y los ojos se le
desorbitaban por el susto.
-¿Un… un asalto?
El sheriff dejó caer los hombros. Sus ojos lucían
desconcertados por la conmoción. Sacudió el cuerpo, le dio a la cajera unas
palmaditas en los hombros trémulos con una mano, mientras aflojaba la funda de
la pistola con la otra.
-Emma, tranquilízate. Cuéntame lo que pasó.
-Ay, tío, unos… -Emma comenzó, pero se interrumpió al no
lograr contener el llanto.
-Emma, esto es un asunto oficial, debes llamarme sheriff
Banes. Es importante que te controles y me digas exactamente lo que sucedió.
Condujo a la cajera a una silla y se volvió al único otro
hombre presente en el banco, el gerente.
-A ver, Tom, ¿qué pasó? Dímelo ya, los primeros minutos
después de un crimen son los más importantes.
-Pues abrimos como de costumbre, a las 9:00 a. m., hace
media hora. Entraron dos hombres al banco. Yo estaba en el escritorio,
revisando el correo. Desconocidos, pero no me despertaron sospechas. Emma tenía
abierta su ventanilla y Helen estaba en la bóveda. Unos minutos después
salieron del banco, y fue entonces cuando Emma gritó. Le pasaron una nota,
donde le advirtieron que si no llenaba de billetes una bolsa grande de papel
que le dieron, nos matarían a todos. Alcancé a oír que un carro se ponía en marcha,
pero con tanto tráfico no supe en qué dirección se fueron. De cualquier modo,
corrí a la puerta y después lo llamé a usted.
El sheriff Banes se buscó un cuaderno en los bolsillos de la
chamarra y terminó por tomar papel y lápiz del escritorio del gerente.
-Bien, ¿a qué hora exactamente cometieron el robo, Tom?
-Yo diría que… a las 9:32 a. m.
Después de humedecer el lápiz con los labios, el sheriff
Banes tomó nota.
-¿A cuánto asciende el robo?
-No he sacado cuentas todavía, pero unos veintiséis mil
dólares, todo en billetes de baja denominación.
El gerente se sentó y apoyó la cabeza en las manos.
-Hank, apenas abrimos esta sucursal hace tres meses y ya nos
asaltaron. ¡Me despedirán!
-¡Deja de quejarte! ¿Puedes describirlos con precisión, Tom?
-Apenas eché un vistazo, usted comprende. Como de unos
treinta años ambos, de complexión mediana. Vestían traje oscuro y… el más gordo
llevaba una bolsa de compras. Era el que no llevaba sombrero y tenía pelo
negro, bien peinado. El otro sí tenía puesto un sombrero y traía un periódico
en la mano… No recuerdo haber notado el color del pelo.
-Yo sí logré verlos, Hank -dijo Helen Smith, asomada desde
la entrada de la bóveda, atrás de las ventanillas de las cajas.
Helen era una mujer madura, regordeta, con pelo rubio
deslavado.
-El que no llevaba sombrero tenía pelo muy oscuro y cara de
rasgos afilados, con aspecto extranjero, y uno de esos bigotes estrechos. Creo
que el que llevaba la gorra de cazador era calvo, y…
-¿De qué color era la gorra de cacería, Helen? -?preguntó el
sheriff, con el lápiz en la mano rechoncha.
-Pues, creo que de color marrón.
Emma se incorporó de su silla.
-¡No, no! ¡La gorra era más bien anaranjada! Fue él quien me
pasó la nota y puso su periódico doblado sobre el mostrador.
-¿Notaste con qué acento hablaba?
-Tío, ninguno de los dos habló. Solo me dieron la nota,
escrita a máquina, que decía: «Llene la bolsa de dinero o mataremos a todos. En
el periódico hay una escopeta de cañón corto. Espere diez minutos antes de dar
la alarma. Afuera hay otro hombre con una metralleta». Tuve tanto miedo que
metí todo el dinero de mi cajón en la bolsa grande de papel. ¡Casi me desmayo!
Me tapaban toda la ventanilla y no pude hacerle una señal a Tom ni…
-¿Dónde quedó la nota? -la interrumpió el sheriff Banes.
-¿La nota? Se la llevaron, con el dinero.
Banes gruñó.
-A ver, piensa con cuidado, Emma. ¿Notaste algo especial en
la bolsa?
-¡Sí! ¡Ahora que lo pienso, la bolsa tenía impreso el
logotipo de A&P!
El sheriff empujó su sombrero hacia atrás y se rascó los
cabellos grises despeinados.
-Maldita sea, debe de haber una docena de esos supermercados
dentro de un radio de ochenta kilómetros desde aquí. Bueno…
Giró hacia el escritorio y tomó el teléfono.
-Más vale llamar a las barracas de la tropa. ¿Alguien se
fijó en la marca del carro en que se fugaron?
Las dos mujeres y el gerente menearon la cabeza. Emma habló:
-Creo, pero ahora no estoy tan segura, que vi a través de la
ventana un viejo sedán gris estacionado afuera del banco.
El sheriff sacudió la cabeza y colgó el teléfono.
-¿Había alguien más en el banco?
-No, señor, apenas acabábamos de abrir.
-¿Por qué tenían todo ese dinero a mano? -?preguntó Banes.
-Mira, Hank… sheriff Banes, usted se acuerda de que una de
las razones por las que abrieron la sucursal después de que inauguraron el
puente fue para administrar la nómina de las dos fábricas al otro lado del río,
diecinueve mil quinientos sesenta y ocho dólares cada semana, los miércoles por
la mañana. Contamos la nómina los martes por la noche. Además, en el cajón de
Emma siempre hay cinco o seis mil dólares al comenzar el día.
Helen estaba meneando la cabeza.
-No sé qué pasa en el mundo -dijo-. Nunca hubo un asalto en
el pueblo, como ya sabes, Hank. Nosotros…
De repente el sheriff se acercó al mostrador de la cajera,
diciendo con voz exaltada:
-¡Huellas! ¿Ha tocado alguno de ustedes el mostrador?
-¡Se me olvidaba! -gritó Emma-. ¡Los dos llevaban guantes de
cuero!
Triste, el sheriff Banes meneó la cabeza.
-¡Qué maldición! No tenemos nada con qué buscarlos.
Se dirigió a la ventana, movió la cortina y contempló el
cielo oscuro.
-Tal vez llueva -anunció.
Después de un momento, se dio vuelta y se sentó en el
escritorio mientras rompía el papel con sus notas.
-No estuvo nada mal. Emma, tienes que llorar con más
energía, sobre todo cuando llegue la tropa del estado. Muy buena tu
descripción, Helen. Te portaste como una verdadera pueblerina confundida. Tom,
también lo hiciste bien, pero tienes que parecer más conmocionado, ya sabes,
como si fuera el fin del mundo. Mañana, martes por la noche, haremos un último
ensayo y me llevaré los veintiséis mil conmigo. Tengo el escondite perfecto
bajo unas tablas en la cárcel municipal. El miércoles me llamas por teléfono
tan pronto se abra el banco y no haya clientes. Creo que eso es todo. No
olviden que de esto no se habla con nadie. Esperaremos seis o siete meses antes
de dividirnos el dinero y diremos que recibimos una pequeña herencia. Tom, ¿qué
tal estuve yo?
-Actuaste perfectamente tu papel de policía provinciano,
papá.
FIN
Len Zinberg comenzó su carrera de autor con varias novelas
firmadas con su nombre real, pero alcanzó más éxito con la serie de ficciones
crudas de tema policiaco que publicó bajo el seudónimo de ED LACY: unas treinta
novelas y casi cien cuentos cortos. Por desgracia, hoy en día no es fácil
conseguir la mayor parte de su obra. Además de su abundante producción, Lacy
aportó una innovación significativa al utilizar a un detective afroamericano
como personaje central de su novela El detective negro, distinguida con el
premio Edgar. Buena parte de sus relatos refleja un compromiso con temas
sociales y raciales. Sin embargo, el cuento presente tiene otro carácter: una
travesura muy divertida.
jueves, enero 04, 2024
LUCES y SOMBRAS {Relatos}
Debe haber alguna especie de sentido o ¿Qué vendrá después? -son cosas así las que pienso por las tardes, parado aquí en esta ventana, frente a los interminables tejados de zinc donde a veces se posan palomas, y dicho de esa forma enseguida te imaginas poéticas palomitas que revolotean, arrulladoras. Son grises, las palomas, y el ruido que hacen es siniestro como el de alas de murciélago. Conozco bien a los murciélagos, sus grititos agudos, estridentes. Pero no me quiero apurar. Pienso que si consigo darle algún tipo de orden a esto que voy diciendo habrá, en consecuencia, también algún tipo de sentido. Y pienso al mismo tiempo, o después de un rato, no lo sé muy bien, que pasados ese orden y ese sentido debe venir algo más.
¿Qué vendrá después? -le pregunto entonces a la tarde sucia detrás de los vidrios, y me siento reconfortado como si hubiera algo así como un futuro esperándome. Así como si después del té me fumara lentamente un cigarrillo mentolado, mirando a lo lejos, entibiado por el té, tranquilizado por el cigarrillo, extasiado por lo distante y principalmente atento a lo que vendrá después de este momento. Hace tiempo no tomo té, y controlo tanto los cigarrillos que, cada vez que enciendo uno, la sensación es de culpa, no de placer, ¿me entiendes?
No, no me entiendes. Sé que no me entiendes porque no estoy pudiendo ser suficientemente claro, y por no ser suficientemente claro, además de que no me entiendas, no voy a poder darle un orden a nada de esto. Por lo tanto no habrá sentido, por lo tanto no habrá después. Antes de que me haga entender, si es que lo consigo, quería por lo menos que comprendieras antes, antes de cualquier palabra, borra todo, haz de cuenta que comenzamos ahora, en este segundo y en esta próxima frase que voy a decir. Así: es un terrible esfuerzo para mí. Si me quedo aquí, parado junto a esta ventana, estoy seguro de que sucederá algo grave -y cuando digo grave quiero decir muerte, locura, que parecen leves dichas así. Necesito algo que me saque de esta ventana y enseguida, aún, del después. Querer un sentido me lleva a querer un después, los dos vienen juntos, si es que me entiendes.
Hablaba de la ventana. Podría comenzar por ella, entonces.
Es una ventana grande, de vidrio. Desde el techo hasta el suelo, vidrio que no abre, compacto. La sala es muy pequeña, no hay nada en ella a no ser una alfombra verde musgo, que me asquea hasta el vómito. Y ahora se me ocurre algo nuevo: creo que fue para no vomitar tanto ni tan frecuentemente que empecé a mirar por la ventana, dándole la espalda a la alfombra.
Entonces, los tejados.
No me preguntes cómo ni por qué, pero la ventana no da hacia una calle, como la mayoría de las ventanas suele dar. La ventana da hacia aquellos interminables tejados de zinc de los que ya hablé. Sí, sí, traté de interesarme por las manchas del zinc, sus pequeños surcos, las ondulaciones y todas esas cosas. Y realmente me interesé, durante algún tiempo. Pero los tejados son interminables, lo sabes. No, no sabes, no sabes cómo traté de interesarme por lo INTERESANTE. Entonces comenzó nuevamente esa sensación de náusea: los tejados se extienden hasta el horizonte, como una enorme alfombra verde. Antes de comenzar a vomitar mirando los tejados, por suerte llegaron las palomas. Pero como ya dije: son grises, el ruido que hacen es como el de alas de murciélago. Sus picos golpean frecuentemente contra el vidrio de la ventana. Si no hubiese vidrio, tocarían mi rostro. Para no vomitar, trato de mirar hacia más allá de los tejados que se funden en el infinito. No veo nada, sólo el gris pesado del cielo y el hollín que se deposita de a poco en las orillas de la ventana. Al atardecer el hollín adquiere unos tonos rosados, y después, cuando baja la oscuridad, llega el momento de encogerme sobre la alfombra para finalmente dormir.
Por la mañana, todos los días, alguien metió un pedazo de pan por la hendija de la puerta, una lata con agua, como si yo fuera un perro, y un atado de cigarrillos. No sé quién es. Escucho que constantemente rechina los dientes, lo que tal vez sea sólo un modo de sonreír. Creo que al principio fumaba mucho, por lo menos el cuarto está lleno de cenizas, de colillas, ya que no existen ceniceros y es imposible abrir la ventana, ¿me estás escuchando?
No importa. En días muy calurosos, suelo tener una visión. No sé si es una memoria o una visión. De cualquier manera, en días muy calurosos, veo claramente algo.
Son las tres de una tarde de enero. Estoy sentado en un escalón de cemento. Hay tres escalones de tierra apisonada y algunas hierbas dañinas, tal vez ortigas, hasta el umbral de una vieja puerta muy alta, con la pintura marrón medio descascarada. Estoy sentado en el segundo escalón de esa puerta. Sé que son las tres de la tarde porque las sombras son cortas y la luz del sol muy clara. Sé que es enero porque hace mucho calor. No hay ninguna nube en el cielo. La calle está desierta. La calle está cubierta por una capa de tierra suelta, roja. Del otro lado de la calle hay un muro de piedras. Nada sucede.
Puedo ver las copas de algunos paraísos al otro lado de la calle, pero están inmóviles. No hay viento. Sé que más allá del muro de piedras, más abajo, existe un río. La tarde está tan calurosa y clara que me gustaría ir hasta el río. Para eso tendría que levantarme de este escalón. Hay una leve sombra sobre mi cabeza, que alcanza para que el sol no la caliente demasiado. Estoy descalzo. No sé qué edad tengo, pero no debo haber llegado ni siquiera a la adolescencia, ya que mis piernas desnudas no tienen pelos todavía. Por estar descalzo, tal vez, no me atrevo a pisar la tierra suelta y roja del medio de la calle.
Hay pedazos de vidrio también, pedazos verdes de vidrio en medio de la tierra de la calle, de los que el sol arranca reflejos que me duelen en los ojos. A veces yo me protejo con la mano sobre la frente. Estoy bien, así. Hay tanta luz que tengo que entrecerrar un poco los ojos para mirar las cosas de frente. El calor de enero me entibia el cuerpo. Cruzo las manos sobre las rodillas. Eso me parece bueno. Estoy casi seguro de que, del otro lado de la puerta marrón, alguien prepara algo así como un baño fresco o un café nuevo. Y aunque la calle esté desierta, no me siento solo aquí en este escalón, en esta tarde.
En las noches calurosas de esos días calurosos, suelo tener otra visión. Ya no estoy en el escalón, sino detrás de aquella misma puerta, dentro de la casa. Tal vez hayan pasado años, tal vez sea sólo la noche de aquel mismo día. No hay luz. El piso es muy frío. Imagino que es un cuarto, hay mosquiteros suspendidos del techo. No estoy seguro si son mosquiteros porque no me muevo. También pienso que pueden ser telas de araña, pero prefiero no extender la mano y tocarlos -los tules, las telas- para asegurarme. Prefiero no asegurarme de nada. A través de alguna persiana abierta entra en el cuarto un fino frío de luz azulada. Hay voces allá afuera. Imagino que existan personas sentadas frente a la casa, en la cálida noche de verano. De vez en cuando, supongo, cae alguna estrella. Estoy bien así, tan bien como en el escalón.
No sé cuánto tiempo dura, ni cómo todo comienza. De a poco mis oídos van separando de las voces de allá afuera los chillidos agudos cada vez más fuertes, y después siento un rozar de alas en mi rostro. Viniendo no sé de dónde, los murciélagos invaden el cuarto. Sin querer, pienso en el techo. No puedo verlo en la oscuridad, pero de alguna forma sé que está hecho de vigas finas de madera, que sostienen ladrillos pintados de blanco. Los murciélagos revolotean alrededor, yo no me muevo. Algunos se chocan contra las paredes, después caen al suelo gritando estridentemente, finito. Entonces soy yo quien comienza a gritar. Sin moverme, los ojos cerrados, grito grito y grito hasta que todo pase, y nuevamente me encuentro encogido sobre la alfombra verde, el rostro pegado a la ventana, mirando los tejados interminables a través del vidrio.
A esa hora, casi siempre el hollín del cielo tiene esos tonos rosados. Está amaneciendo. En la puerta, el pan, la lata con agua, el atado de cigarrillos. Para recogerlos, aunque mire al frente o hacia arriba, el verde de la alfombra me invade los ojos y siempre vomito. No siempre soy lo suficientemente ágil como para, con un movimiento de cintura, evitar que el vómito caiga sobre el pan, el agua, los cigarrillos. Y cuando vomito sobre ellos, siempre escucho el rechinar de dientes atrás de la puerta. En esos días no como, no bebo, no fumo. Solo camino hasta la ventana y, desde el momento en que el rosa se deshace y el gris baja otra vez, y las palomas picotean mi rostro protegido por el vidrio, repito siempre así -debe haber alguna especie de sentido o ¿qué vendrá después?
No lloro más. En realidad, ni siquiera entiendo por qué digo más, si no estoy seguro de haber llorado alguna vez. Creo que sí, un día. Cuando había dolor. Ahora sólo queda una cosa seca. Dentro, afuera.
Por momentos cierro los ojos y tengo la impresión de que esos tejados interminables son la única cosa que existe dentro mío, ¿me entiendes ahora? ¿Qué? Sí, tengo ganas de tirarme por la ventana, pero nunca fue posible abrirla. No, no sé qué me gustaría que me dijeras. Duerme, quién sabe, o está todo bien, o hasta olvida, olvida. No puedo. Cuando vomito sobre el pan, no consigo comer ni vomitar después. Me gusta vomitar, es un poco como si pudiera llorar. Quién sabe ¿podrías por lo menos enseñarme una forma de vomitar sin tener que comer? A pesar de mis uñas crecidas, todavía no están suficientemente largas ni afiladas como para que pueda clavarlas en mi propia garganta. Sí, debo haber leído eso en algún libro. Aun dicho así, tal vez sea esa la única salida. Me gustaría evitarla.
Dentro de mí, no puedo dejar de pensar que hay alguna especie de sentido. Y un después. Cuando pienso en eso, es entonces como si alguien danzara sobre esos interminables tejados dentro de mí. Sobre los tejados grises alguien completamente vestido de amarillo. No sé por qué exactamente amarillo, pero brilla. El viento hacía volar sus ropas y cabellos. En un gran salto abierto, ese alguien que danza alcanzaría la ventana y la abriría con un leve toque de las puntas de los dedos. Casi siempre estoy seguro de que eres ese alguien.
No, no digas nada. Prefiero no saber que no. Ni que sí. ¿Me desprecias por estar aquí así parado? Y otra vez, no digas nada. No consigo ver nítido tu rostro que las ropas y los cabellos cubren por completo, soplados por el viento. Sé también que, después del salto, me tomarías de la mano para que yo finalmente me levantara de aquel segundo escalón, y atravesara la calle de tierra suelta caliente roja para, quién sabe, sumergirnos juntos en el agua fresca del río. Hasta sé que me sacarías de ese oscuro cuarto, entre velos y telas, y matarías uno por uno a los murciélagos, para que nos sentáramos frente a la casa, sin los demás, espiando la caída vertical de las estrellas en la noche cálida de enero.
Quería pensar que es ese el sentido, que será ese el después. No sé si puedo. Hay días, como hoy, en que por más que mienta ni siquiera consigo verte, ni a tus miembros largos que el viento oculta tras las ropas. Sólo escucho los dientes que rechinan y los ruidos internos de mi propio cuerpo. Todo eso me ciega. Sácame de aquí, pido. Y cruzo las dos manos sobre el pecho, como si sintiera frío o alejase demonios. Aprieto la cara contra el vidrio. Dos palomas, cada una de ellas picotea uno de mis ojos. Tal vez un día consigan romper el vidrio. Sin querer, me acuerdo de una vieja historia de hadas: dos palomas perforaban los ojos de dos hermanas malas, ¿te acuerdas? Había hadas, en aquella historia. No hay nadie danzando sobre los tejados. Nunca hubo. Para no ver el gris que se transforma en verde, miro por encima.
El día está muy caluroso. Cuando la tarde avance, sé que me encontrará sentado en el escalón. Y después que el gris se haya transformado en rosa y en violeta y en azul profundo y por fin en negro, sé que estaré parado en el centro de aquel cuarto, escuchando los chillidos estridentes y el batir de alas de los murciélagos. Gritaré, entonces. Muy alto, con todas mis fuerzas, durante mucho tiempo. No sé si en ese orden, si será así el después. Pero sé con seguridad que ni tú ni nadie me va a oír.
FIN
martes, mayo 17, 2022
Los gigantes de la edición luchan contra las bibliotecas por los libros electrónicos
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martes, marzo 01, 2022
HOLODOMOR: el Genocidio en Ucrania
Beneficios y riesgos del uso de Internet y las redes sociales (ONTSI
Beneficios y riesgos del uso de Internet y las redes sociales. Madrid: ONTSI, 2022
Son innegables los beneficios de las tecnologías y las redes sociales: mejoran la comunicación, facilitan nuevas formas de aprendizaje y el acceso al conocimiento. No debemos perder de vista, sin embargo, los riesgos que su mal uso puede conllevar.
Este estudio aborda las ventajas y amenazas del empleo de las tecnologías digitales, además de sus futuros efectos en la salud mental. También pone el foco en las redes sociales y las problemáticas asociadas a un empleo malintencionado.
Efectos de las tecnologías y las redes sociales
Dos de cada tres internautas les ven tanto beneficios como riesgos y las mujeres son más críticas que los hombres. Destaca que el 21% de las personas pensionistas o jubiladas consideran las tecnologías beneficiosas.
El ciberacoso es el efecto negativo más preocupante, ante el que, según un 59% de la población, los y las menores de 16 años se exponen en mayor medida.
La aparición de nuevas adicciones a la tecnología es lo que más inquieta a un 88% de personas. Le siguen los trastornos sociales, así como la depresión y ansiedad que puedan provocar los dispositivos y redes sociales.
Regulación
Dos de cada tres personas consideran necesaria una legislación específica para el uso de la tecnología. El 77% opina que las compañías propietarias deberían tomar la iniciativa y un 66% señala a las administraciones públicas para que promuevan medidas.