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lunes, enero 04, 2021

María Eugenia Brito .- Historia

 Bajo los verdes árboles planté mi cabellera

                                            Y los hice girar
                        Cada una de sus hojas eran mis pelos
                            Y mis brazos ya no subían al cielo
                                       se quedaban quietos.
                     Sólo otros brazos hacían brillar sus hojas.
                                        Como la luz del día
                                    me fui llenando de grietas
                    mis piernas conocieron infinitas historias
                                         también fui cortada

                                            Y así, cortada, 
                                                   desmesuradamente abierta, 
                                        el agua me penetró y 
                                            me penetró la luz

                                                    de las escuálidas ranuras 
                                                    de esas fatigadas ranuras 
                                                    perseguidas

                                                    de los muertos que buscándose 
                                                    me buscaban.

                        Deseaban mi negra cabellera.
                            Yo hice girar mi cabellera
                    como una lisa bandera verde por la tierra 
                                    y fui raíz. 
                                                    Sus brazos ciegos 
                                                    me cortaron la boca 
                                    y fui su voz
                                                    por la que hablaron 
                                                    los que un día colmándose 
                                                    me colmaron.
                    Parí entonces las suaves colinas de Santiago 
                                que quisieron ser árboles del cielo.

                                        Parí a la insolente 
                                                    la sorprendida 
                                                    erótica 
                                                    nieve de los Andes.

                                Esa es una voz nunca encontrada.

La tristeza

 


[Cuento - Texto completo.]

Anton Chejov

La capital está envuelta en las penumbras vespertinas. La nieve cae lentamente en gruesos copos, gira alrededor de los faroles encendidos, extiende su capa fina y blanda sobre los tejados, sobre los lomos de los caballos, sobre los hombros humanos, sobre los sombreros.

El cochero Yona está todo blanco, como un aparecido. Sentado en el pescante de su trineo, encorvado el cuerpo cuanto puede estarlo un cuerpo humano, permanece inmóvil. Diríase que ni un alud de nieve que le cayese encima lo sacaría de su quietud.

Su caballo está también blanco e inmóvil. Por su inmovilidad, por las líneas rígidas de su cuerpo, por la tiesura de palo de sus patas, aun mirado de cerca parece un caballo de dulce de los que se les compran a los chiquillos por un copec. Hállase sumido en sus reflexiones: un hombre o un caballo, arrancados del trabajo campestre y lanzados al infierno de una gran ciudad, como Yona y su caballo, están siempre entregados a tristes pensamientos. Es demasiado grande la diferencia entre la apacible vida rústica y la vida agitada, toda ruido y angustia, de las ciudades relumbrantes de luces.

Hace mucho tiempo que Yona y su caballo permanecen inmóviles. Han salido a la calle antes de almorzar; pero Yona no ha ganado nada.

Las sombras se van adensando. La luz de los faroles se va haciendo más intensa, más brillante. El ruido aumenta.

-¡Cochero! -oye de pronto Yona-. ¡Llévame a Viborgskaya!

Yona se estremece. A través de las pestañas cubiertas de nieve ve a un militar con impermeable.

-¿Oyes? ¡A Viborgskaya! ¿Estás dormido?

Yona le da un latigazo al caballo, que se sacude la nieve del lomo. El militar toma asiento en el trineo. El cochero arrea al caballo, estira el cuello como un cisne y agita el látigo. El caballo también estira el cuello, levanta las patas, y, sin apresurarse, se pone en marcha.

-¡Ten cuidado! -grita otro cochero invisible, con cólera-. ¡Nos vas a atropellar, imbécil! ¡A la derecha!

-¡Vaya un cochero! -dice el militar-. ¡A la derecha!

Siguen oyéndose los juramentos del cochero invisible. Un transeúnte que tropieza con el caballo de Yona gruñe amenazador. Yona, confuso, avergonzado, descarga algunos latigazos sobre el lomo del caballo. Parece aturdido, atontado, y mira alrededor como si acabara de despertar de un sueño profundo.

-¡Se diría que todo el mundo ha organizado una conspiración contra ti! -dice en tono irónico el militar-. Todos procuran fastidiarte, meterse entre las patas de tu caballo. ¡Una verdadera conspiración!

Yona vuelve la cabeza y abre la boca. Se ve que quiere decir algo; pero sus labios están como paralizados y no puede pronunciar una palabra.

El cliente advierte sus esfuerzos y pregunta:

-¿Qué hay?

Yona hace un nuevo esfuerzo y contesta con voz ahogada:

-Ya ve usted, señor… He perdido a mi hijo… Murió la semana pasada…

-¿De veras?… ¿Y de qué murió?

Yona, alentado por esta pregunta, se vuelve aún más hacia el cliente y dice:

-No lo sé… De una de tantas enfermedades… Ha estado tres meses en el hospital y a la postre… Dios que lo ha querido.

-¡A la derecha! -óyese de nuevo gritar furiosamente-. ¡Parece que estás ciego, imbécil!

-¡A ver! -dice el militar-. Ve un poco más aprisa. A este paso no llegaremos nunca. ¡Dale algún latigazo al caballo!

Yona estira de nuevo el cuello como un cisne, se levanta un poco, y de un modo torpe, pesado, agita el látigo.

Se vuelve repetidas veces hacia su cliente, deseoso de seguir la conversación; pero el otro ha cerrado los ojos y no parece dispuesto a escucharle.

Por fin, llegan a Viborgskaya. El cochero se detiene ante la casa indicada; el cliente se apea. Yona vuelve a quedarse solo con su caballo. Se estaciona ante una taberna y espera, sentado en el pescante, encorvado, inmóvil. De nuevo la nieve cubre su cuerpo y envuelve en un blanco cendal caballo y trineo.

Una hora, dos… ¡Nadie! ¡Ni un cliente!

Mas he aquí que Yona torna a estremecerse: ve detenerse ante él a tres jóvenes. Dos son altos, delgados; el tercero, bajo y jorobado.

-¡Cochero, llévanos al puesto de policía! ¡Veinte copecs por los tres!

Yona coge las riendas, se endereza. Veinte copecs es demasiado poco; pero, no obstante, acepta; lo que a él le importa es tener clientes.

Los tres jóvenes, tropezando y jurando, se acercan al trineo. Como solo hay dos asientos, discuten largamente cuál de los tres ha de ir de pie. Por fin se decide que vaya de pie el jorobado.

-¡Bueno; en marcha! -le grita el jorobado a Yona, colocándose a su espalda-. ¡Qué gorro llevas, muchacho! Me apuesto cualquier cosa a que en toda la capital no se puede encontrar un gorro más feo…

-¡El señor está de buen humor! -dice Yona con risa forzada-. Mi gorro…

-¡Bueno, bueno! Arrea un poco a tu caballo. A este paso no llegaremos nunca. Si no andas más aprisa te administraré unos cuantos sopapos.

-Me duele la cabeza -dice uno de los jóvenes-.Ayer, yo y Vaska nos bebimos en casa de Dukmasov cuatro botellas de caña.

-¡Eso no es verdad! -responde el otro-. Eres un embustero, amigo, y sabes que nadie te cree.

-¡Palabra de honor!

-¡Oh, tu honor! No daría yo por él ni un céntimo.

Yona, deseoso de entablar conversación, vuelve la cabeza, y, enseñando los dientes, ríe atipladamente.

-¡Ji, ji, ji!… ¡Qué buen humor!

-¡Vamos, vejestorio! -grita enojado el chepudo-. ¿Quieres ir más aprisa o no? Dale de firme a tu caballo perezoso. ¡Qué diablo!

Yona agita su látigo, agita las manos, agita todo el cuerpo. A pesar de todo, está contento; no está solo. Le riñen, lo insultan; pero, al menos, oye voces humanas. Los jóvenes gritan, juran, hablan de mujeres. En un momento que se le antoja oportuno, Yona se vuelve de nuevo hacia los clientes y dice:

-Y yo, señores, acabo de perder a mi hijo. Murió la semana pasada…

-¡Todos nos hemos de morir! -contesta el chepudo-. ¿Pero quieres ir más aprisa? ¡Esto es insoportable! Prefiero ir a pie.

-Si quieres que vaya más aprisa dale un sopapo -le aconseja uno de sus camaradas.

-¿Oye, viejo, estás enfermo? -grita el chepudo-. Te la vas a ganar si esto continúa.

Y, hablando así, le da un puñetazo en la espalda.

-¡Ji, ji, ji! -ríe, sin ganas, Yona-. ¡Dios les conserve el buen humor, señores!

-Cochero, ¿eres casado? -pregunta uno de los clientes.

-¿Yo? !Ji, ji, ji! ¡Qué señores más alegres! No, no tengo a nadie… Solo me espera la sepultura… Mi hijo ha muerto; pero a mí la muerte no me quiere. Se ha equivocado, y en lugar de cargar conmigo ha cargado con mi hijo.

Y vuelve de nuevo la cabeza para contar cómo ha muerto su hijo; pero en este momento el jorobado, lanzando un suspiro de satisfacción, exclama:

-¡Por fin, hemos llegado!

Yona recibe los veinte copecs convenidos y los clientes se apean. Los sigue con los ojos hasta que desaparecen en un portal.

Torna a quedarse solo con su caballo. La tristeza invade de nuevo, más dura, más cruel, su fatigado corazón. Observa a la multitud que pasa por la calle, como buscando entre los miles de transeúntes alguien que quiera escucharle. Pero la gente parece tener prisa y pasa sin fijarse en él.

Su tristeza a cada momento es más intensa. Enorme, infinita, si pudiera salir de su pecho inundaría al mundo entero.

Yona ve a un portero que se asoma a la puerta con un paquete y trata de entablar con él conversación.

-¿Qué hora es? -le pregunta, melifluo.

-Van a dar las diez -contesta el otro-. Aléjese un poco: no debe usted permanecer delante de la puerta.

Yona avanza un poco, se encorva de nuevo y se sume en sus tristes pensamientos. Se ha convencido de que es inútil dirigirse a la gente.

Pasa otra hora. Se siente muy mal y decide retirarse. Se yergue, agita el látigo.

-No puedo más -murmura-. Hay que irse a acostar.

El caballo, como si hubiera entendido las palabras de su viejo amo, emprende un presuroso trote.

Una hora después Yona está en su casa, es decir, en una vasta y sucia habitación, donde, acostados en el suelo o en bancos, duermen docenas de cocheros. La atmósfera es pesada, irrespirable. Suenan ronquidos.

Yona se arrepiente de haber vuelto tan pronto. Además, no ha ganado casi nada. Quizá por eso-piensa- se siente tan desgraciado.

En un rincón, un joven cochero se incorpora. Se rasca el seno y la cabeza y busca algo con la mirada.

-¿Quieres beber? -le pregunta Yona.

-Sí.

-Aquí tienes agua… He perdido a mi hijo… ¿Lo sabías?… La semana pasada, en el hospital… ¡Qué desgracia!

Pero sus palabras no han producido efecto alguno. El cochero no le ha hecho caso, se ha vuelto a acostar, se ha tapado la cabeza con la colcha y momentos después se le oye roncar.

Yona exhala un suspiro. Experimenta una necesidad imperiosa, irresistible, de hablar de su desgracia. Casi ha transcurrido una semana desde la muerte de su hijo; pero no ha tenido aún ocasión de hablar de ella con una persona de corazón. Quisiera hablar de ella largamente, contarla con todos sus detalles. Necesita referir cómo enfermó su hijo, lo que ha sufrido, las palabras que ha pronunciado al morir. Quisiera también referir cómo ha sido el entierro… Su difunto hijo ha dejado en la aldea una niña de la que también quisiera hablar. ¡Tiene tantas cosas que contar! ¡Qué no daría él por encontrar alguien que se prestase a escucharlo, sacudiendo compasivamente la cabeza, suspirando, compadeciéndolo! Lo mejor sería contárselo todo a cualquier mujer de su aldea; a las mujeres, aunque sean tontas, les gusta eso, y basta decirles dos palabras para que viertan torrentes de lágrimas.

Yona decide ir a ver a su caballo.

Se viste y sale a la cuadra.

El caballo, inmóvil, come heno.

-¿Comes? -le dice Yona, dándole palmaditas en el lomo-. ¿Qué se le va a hacer, muchacho? Como no hemos ganado para comprar avena hay que contentarse con heno… Soy ya demasiado viejo para ganar mucho… A decir verdad, yo no debía ya trabajar; mi hijo me hubiera reemplazado. Era un verdadero, un soberbio cochero; conocía su oficio como pocos. Desgraciadamente, ha muerto…

Tras una corta pausa, Yona continúa:

-Sí, amigo… ha muerto… ¿Comprendes? Es como si tú tuvieras un hijo y se muriera… Naturalmente, sufrirías, ¿verdad?…

El caballo sigue comiendo heno, escucha a su viejo amo y exhala un aliento húmedo y cálido.

Yona, escuchado al cabo por un ser viviente, desahoga su corazón contándoselo todo.

FIN


“Горе”, 1885

jueves, noviembre 26, 2020

José Israel Núñez Henríquez .- Los Titiriteros De La Fe {Artículo}

 



¿Cómo puede un líder religioso evangélico destruir la autonomía personal y en consecuencia secuestrar la voluntad de la feligresía? Las técnicas de persuasión coercitivas son tan efectivas que se propicia un control indiscutible sobre la espontaneidad de las personas, se les llega a hacer creer que todo lo que realizan es producto de una elección propia, la gente presume que su libre albedrío no es alterado sino más bien son motivados a un cambio de vida determinante. Pero ese cambio tiene un precio, precio que se les enseña a creer que es irrelevante en comparación a las supuestas dádivas emanadas desde el cielo. La mentalidad consumista ha conquistado todos los espacios de la vida cotidiana que no dependen del intercambio comercial solamente. Empleando las técnicas básicas del marketing para posicionar un producto, en “el producto evangelio de la prosperidad”; estos pseudo lideres evangélicos han hecho que las personas se vuelvan compulsivas a consumir en sus maratónicas, campañas o programas televisados la creencia absoluta de “obtener milagros a cambio de dar una ofrenda”, ofrenda que es proporcional al tipo milagro que se desea, recordemos que el perfil psicológico de un comprador compulsivo esconde a una persona con problemas emocionales y personales que intenta suplir esos vacíos mediante el consumismo, lo que significa que estos fabricantes de ilusiones han estudiado la psiquis de los creyentes para manipularles sin el menor remordimiento. Por lo general, a los creyentes se les hace hincapié que existe un abanico amplio de problemas en el hogar del cual son incapaces de resolver por sí mismo y que solo los “poseedores de la unción divina” pueden ser los intercesores autorizados para que Dios les haga un milagro exprés, se explota al máximo la sensibilidad emocional, acompañado de música y luces que predisponen y condicionan al adepto a través de un control de estímulos. En ocasiones la construcción del cuento inicia con una historieta en afirmativo, el expositor (el supuesto milagrero) relata que ve en una “especie de visión alterna o revelación”: “a una persona con cáncer y que en ese momento recibe el alivio total y milagroso a su estado patológico pero que por haber –sembrado la semilla al instante- lo pudo obtener” (por cierto, que nuca se presentan tales individuos con el comprobante clínico para dar fe y autenticidad a tal acto). En escenarios críticos a nivel social y económico, donde la población es más vulnerable y desea afanosamente un estilo de vida impuesto por la presión de la sociedad e inventado por el mercado, se comprende que las masas de personas sumergidas en la angustia, la depresión, la desesperación y la falta de recursos, sean impulsadas a sacrificar lo que sea para alcanzar “las promesas de Dios”. Los titiriteros de la fe tiran de los hilos emocionales cuando predican sin descaro la avaricia como un camino de santidad, donde enseñan sin escrúpulos: “Deje de pedir a Dios por un aumento salarial, pida a Dios lo transforme en un empresario para que usted genere empleos con salarios competitivos”, “Dios es tu socio, si quieres ganar más dinero, tendrás que invertirlo todo aquí”, “ser pobre es pecado”, ”No se quede por fuera pues vienen desprendimientos financieros inusuales” “si usted confiesa que es próspero, usted no será más pobre”, “Desafía a Dios, hay una unción en este lugar”, “Viene un tiempo especial en tu vida”, “Jesús quiere que usted sea rico y para eso usted debe sacrificarse por él”, todos estos slogans los utilizan persistentemente pero los pregonan estratégicamente como si fuera el ultimo día del mundo sin embargo, adolecen de credibilidad a la luz del evangelio, de las escrituras, ni Jesús ni sus discípulos anduvieron “vendiendo” u ofreciendo falsas ilusiones sobre un tipo de enriquecimiento o de afanarse por la prosperidad, Jesús nunca pidió NADA por sus servicios, atenciones, por manifestar su amor para con la humanidad. Podría alguien demostrar, ¿cuánto solicitó Jesús a cambio de impartir el sermón del monte?

El germen de el ansia por la prosperidad se ha introducido en las relaciones familiares, en la política, en la religión, en la educación, en el tiempo libre y la vida espiritual. La lógica funcional e instrumental transforma también los modos de vivir la fe y de expresar la religiosidad. Entonces, a los adeptos se les vuelve adictos a la obtención de milagros que pueden adquirir con sus ofrendas sin límites y con ello se apartan de la búsqueda de su auténtica salvación. Las víctimas son llevadas a un status quo de sometimiento cuyo fin es el adoctrinamiento y colecta de dinero hasta exprimirlos económicamente pero, la sugestión es tan poderosa que los sujetos creen en términos absolutos en la promesa de una inversión efectiva cuyo garante es Dios y por consiguiente los réditos serán inversamente proporcionales, es como si el sujeto debe participar de una bolsa de valores espiritual, quién da más, con límite de tiempo y continuamente transformará su calidad de vida, el individuo es llevado a un fanatismo extremista.  

¿Qué impulsa a la gente a ser tan dócil y a no dudar de las orientaciones de sus líderes?, lo que “engancha” a las personas al “producto prosperidad” es la rentabilidad, la productividad, el beneficio personal, el sentido de pertinencia, el formar parte de un grupo exclusivo dentro de la sociedad y la inmediatez. Por infortunio, los mercaderes del evangelio ofrecen un dios a la medida de los consumidores desesperados por “soluciones milagrosas” que “tienen su precio”. Se construye a las personas y al dios de turno por su eficacia, utilidad y funcionalidad. Existe así un terreno fértil para que las diversas denominaciones que ofrecen prosperidad material sean las “Iglesias” más exitosas y se presenten como las portadoras de la mayor “unción” o las más bendecidas y elegidas por Dios para el tiempo presente.


José Israel Núñez Henríquez

El Autor estudió:

Ingeniería Agronómica

Derecho con énfasis empresarial

Psicología General

miércoles, noviembre 18, 2020

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