Divino dueño mío, si al tiempo de apartarme tiene mi amante pecho alientos de quejarse, oye mis penas, mira mis males, aliéntese el dolor si puede lamentarse y a vista de perderse mi corazón exhale llanto a la tierra, quejas al aire, apenas de tus ojos quise al Sol elevarme cuando mi precipicio da en sentidas señales venganza al fuego, nombre a los mares. Apenas tus favores quisieron coronarse, dichoso más que todos, felice como nadie, cuando los gustos fueron pesares. Sin duda el ser dichoso es la culpa más grave, pues mi fortuna adversa dispone que la pague con que a mis ojos tus luces falten. ¡Ay dura ley de ausencia! ¿Quién podrá derogarte, si adonde yo no quiero me llevas sin llevarme, con alma muerta, vivo cadáver? Será de tus favores sólo el corazón cárcel, por ser aún el silencio, si quiero que los guarde, custodio indigno, siglo frágil. Y puesto que me ausento, por el último valle, te prometo rendido mi amor, y ser constante, siempre quererte, nunca olvidarte. |
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