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viernes, marzo 01, 2024

EL FARO Florencia Abbate


 

Alejandría de Egipto, aproximadamente 280 antes de Cristo. La pequeña isla de Faros estaba conectada con la ciudad de Alejandría por un dique, y constituía su segundo puerto. Las peligrosas condiciones de navegación del mar Mediterráneo hacían necesaria una luz que guiara a los marinos. Así fue como, por encargo del rey Ptolomeo Soter, se construyó la torre más alta de su tiempo. Medía 117 metros de altura.

Para hacerla, se utilizaron piezas de mármol unidas entre sí con plomo fundido. En los cimientos se colocaron grandes bloques de vidrio, para aumentar la solidez de la edificación y la resistencia contra la fuerza del mar. En la punta había un espejo gigantesco, para que la luz fuese muy potente y no hubiese forma de confundirla con la de una estrella. Durante el día, este espejo reflejaba los rayos solares y, por las noches, las llamas de una gran fogata, encendida con leña y resina. La luz podía verse desde una distancia de 50 kilómetros.

No se sabe bien cuándo desapareció este monumento. Y nunca se encontraron sus ruinas.

Filón estaba a punto de subir al barco, cuando apareció una chica con un gato bajo el brazo y le preguntó adónde iba.

-Voy a conocer el mundo -respondió Filón-. Estoy cansado de vivir con mis padres. Además, sé tocar la lira. En cada lugar al que vaya, podré tocarla en público y con eso ganaré unas monedas.

La chica le preguntó si también era bueno cantando.

-Canto todo tipo de canciones -contestó él-. Y creo que afino bastante bien.

-¿Podrías cantarme una canción sobre una chica que aparece en el puerto con un gato? -pidió ella, mirándolo a los ojos.

-No estoy seguro… Podría intentarlo. Pero primero quisiera saber tu nombre.

-Me llamo Teófila.

Filón entonó una canción cuya protagonista se llamaba Teófila. La letra decía que si Teófila caminaba por la costa en compañía de su gato, las olas del mar aplaudían.

A la chica le pareció una canción preciosa.

-¡Qué bien! -exclamó-. Ahora quisiera que me cantes una canción romántica.

Filón se disculpó. Le explicó que no sabía ninguna y que ya debía irse. Le contó que su primer destino sería Alejandría, adonde pensaba llegar por el camino de Chipre. Y que a la noche se dejaría guiar por la llama del faro.

Filón soñaba con ver aquella torre. Le habían hablado maravillas de ese faro que orientaba a los navegantes. Y también le habían dicho que Alejandría estaba llena de sabios y por eso la llamaban “la capital del conocimiento”.

-Qué pena… -suspiró Teófila-. Yo quería una canción sobre un romance… Yo sé una sobre un navegante que se pone a cantar, pero afina muy mal. Y al final, una chica lo hace callar dándole un beso…

A Filón le parecía bastante tentador quedarse, pero tenía que continuar con su plan. Estaba entusiasmado por la idea de llegar a Alejandría y conocer la famosa biblioteca. Se comentaba que era inmensa, que estaba repleta de volúmenes y que contenía las respuestas a todas las preguntas posibles.

-El mundo es un lugar muy grande -reflexionó en voz alta-. Si quiero tener una vida interesante y rica en experiencias, es necesario que conozca algo más que mi ciudad.

Teófila le deseó buena suerte. Y le pidió que, si alguna vez volvía, la buscara para contarle lo que había aprendido en su viaje. El gato soltó unos maullidos lastimeros mientras Filón subía al barco y se preparaba para partir.

El muchacho empezó a experimentar una confusa tristeza. Y le vino a la cabeza un pensamiento raro… Se dijo: “¡Ojalá yo pudiera viajar y, al mismo tiempo, quedarme aquí para cantarle mil canciones a Teófila!”.

Pero el barco zarpó y Filón vio cómo la chica, de pie sobre la costa, comenzaba a alejarse.…

A la medianoche, la lluvia sorprendió al solitario viajero en medio de la oscuridad de alta mar.

Entonces Filón imaginó que besaba a Teófila y dudó de que realmente quisiera realizar ese viaje.

Pero la decisión estaba tomada e incluso se encontraba ya bastante cerca de Alejandría. Había navegado más rápido que lo previsto. Apenas distinguió la luz del faro, recuperó el entusiasmo y se puso a cantar a todo pulmón. Al rato volvió a sentirse afligido y se calló de golpe. Entonces miró fijamente la llama de la torre, como si allí fuera a encontrar un consejo.

El barco parecía un caballo desbocado que saltaba sobre las olas. No ofrecía ninguna resistencia al mar agitado por el viento. Y Filón tampoco ofrecía resistencia a su desesperación.

Pensó: “Tal vez el mundo sea tan grande y tan enigmático como yo suponía; pero probablemente tiene más sufrimiento que placer, más desgracias que bellas situaciones, más lugares tenebrosos que paraísos secretos”.

El cielo se convirtió en una fosa. Todo estaba cubierto de bruma. Filón miraba hacia adelante con desesperación. Sacudido por la tempestad, su corazón ya no podía distinguir ningún horizonte. Sintió la proximidad de la muerte.

Para calmarse, se puso a pensar en la increíble biblioteca de Alejandría. “Ojalá que los libros me expliquen el sentido de la vida”, se dijo. Además, le interesaba obtener información sobre distintas ciudades, porque intuía que en cada lugar de la Tierra hay diferentes maneras de vivir, y él quería estar abierto a todas las posibilidades.

Su pensamiento quedó interrumpido por una ola descomunal. El agua alzó la nave como si no pesara nada. Filón parecía un torero en el mar. Y cuanto más maniobraba el timón, peor le iba. Él quería girar hacia un lado, y la corriente lo precipitaba hacia el otro. Finalmente, luego de una prolongada lucha inútil, estaba tan agotado que se desmayó.…

El sonido de un trueno lo obligó a volver en sí. Lo primero que vio al abrir los ojos fue el faro. Justo estaba pasando junto a él. El barco, por su propia cuenta, había avanzado de proa hacia la costa. El sol brillaba y el fuego de la torre había sido apagado. El humo negro subía hasta mezclarse con las nubes, y hacia adelante se extendía la ciudad, con sus cúpulas y sus fortificaciones. Alejandría tenía dos puertos, a uno y otro lado del faro: el “Puerto Grande”, y el “Eunostos”, que significa “feliz regreso”. Filón se encaminó hacia el segundo, seducido por el nombre. Era la hora del almuerzo cuando pisó tierra firme. Tenía mucha hambre y, justamente, caminó unos pocos pasos y un viejo le ofreció pescado. Filón se sintió intimidado por la mirada de aquel hombre, que daba la impresión de ser un adivino o un sabio. Tenía ojos de halcón y una larga barba blanca.

Filón le confesó lo que pensaba:

-Parece que usted tuviera toda la sabiduría contenida en los libros… Seguramente me podrá indicar dónde queda la biblioteca que vine a conocer.

El viejo lanzó una carcajada y respondió:

-¿Te parece que soy sabio, muchacho? Debe ser porque a lo largo de mi vida he visto innumerables barcos, y sé todo lo que puede ocurrir en este vasto mar.

El anciano le contó que había pasado toda la noche observando su nave. Entonces Filón comprendió que el viejo era el encargado de mantener encendida la llama del faro hasta el amanecer.

-A veces, los barcos son sombras más oscuras que la noche y más inquietas que el pensamiento -dijo el anciano.

Filón lo observó conmovido. Imaginó que ese sabio debía entristecerse cada vez que veía un naufragio. Así que le preguntó por qué había elegido trabajar en el faro.

-Es que amo el movimiento del agua -respondió el anciano-. El mar no habla de nosotros, los hombres. Pero sabe imitar los vaivenes de nuestras almas…

Filón pensó que la mirada de ese viejo lo había salvado durante la tempestad. Y tocó una canción con su lira, para agradecerle por haber sido su guía mientras él estaba sin conocimiento. El vigía del faro escuchó con atención y luego le explicó:

-Fuiste tú mismo el responsable de todo eso. Al soltar el timón y permitir que el barco viajara libremente, lograste salvarte. En el amor y en el mar -le susurró con un tono de complicidad-, hay que ser más astuto que un gato y dejarse llevar.

Filón se acordó de Teófila con su gatito. Todo lo que él esperaba aprender de su viaje parecía haberse dado en ese solo instante. Ya no era necesario llegar hasta la biblioteca… Se despidió del anciano y lentamente caminó de vuelta hacia la orilla.

-Sigue tocando la lira -lo alentó el viejito-. Tócala ahora, mientras navegas. Así viajarás en armonía con el mar.

Filón volvió a subir al barco. Y a medida que se alejaba del faro, se le ocurrieron las palabras para contarle a Teófila que un vigía lo había ayudado a comprender el secreto del amor.

 

FIN

 

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